sábado, 14 de marzo de 2009

Rabia en Barovia (parte 1)


La abundante vegetación del bosquecillo ralentizaba el avance de los cuatro monjes, y la oscuridad dificultaba su búsqueda. A lo lejos, la tenue luz de una antorcha les indicaba que otro grupo se encontraba por la zona, lo cual les recordaba la urgencia de su misión. Hacía relativamente poco que habían descubierto que Hoja de Otoño, uno de sus hermanos, había desaparecido misteriosamente de su habitación. Los miembros de la orden de la Llama Firme tenían completa libertad para ir y venir por el monasterio, pero algunos rastros indicaban que había salido del recinto y se había dirigido hacia el cercano bosque. Asimismo, los augurios de algunos de los miembros de mayor edad indicaban que su hermano podía correr allí un grave peligro. Era cierto que el pequeño bosque, con la caída del sol, se convertía en un lugar en ocasiones inhóspito, y recientemente la fauna parecía bastante alterada, así que rápidamente habían organizado grupos de búsqueda para intentar localizarle, antes de que sufriese algún daño.

El joven monje semiorco Pies de Árbol se detuvo un momento y se agachó para examinar las huellas. Durante su niñez con una tribu de orcos nómadas, antes de unirse al monasterio, había aprendido a seguir rastros, y ahora se concentraba en interpretar las pequeñas señales dejadas en las ramas rotas y las hojas pisadas. Arruruz, su superior, acercó la antorcha para iluminar mejor la zona.

Las marcas no eran muy claras, pero confiaba en su intuición, así que se incorporó y comenzó a avanzar por entre los árboles. El silencio del lugar resultaba inquietante, ya que no llegaba a oídos del grupo ruido de insectos o pequeños animales, pero aún así continuaron internándose en el bosque. Tras varios minutos, Pies de Árbol descubrió que las huellas que seguía habían desaparecido. A pesar de sus intentos, le resultaba imposible recuperar el rastro, y se disponía a indicarle a sus hermanos que retrocediesen, cuando uno de ellos, Cielo Apacible, miró a su alrededor y susurró:

- ¿Habéis oído eso? Sonaba como un grito de auxilio, ahogado por algo o alguien.

- ¿Por dónde? – inquirió Amanecer Radiante, el más joven de los cuatro monjes que componían ese grupo de búsqueda.

Cielo Apacible señaló hacia la espesura, pero ninguno de ellos pudo distinguir nada en esa dirección; es más, al mirar a su alrededor comprobaron que ninguna luz brillaba por la zona, lo cual señalaba que estaban separados del resto de los grupos.

- Acerquémonos, pero con cuidado – decidió al final Arruruz.

El resto asintió con la cabeza, y comenzaron a desplazarse sigilosamente entre los matorrales que crecían entre los árboles del bosque. La luna asomaba llena entre las copas de los árboles, que dejaban pasar ocasionales rayos de su luz, hasta que finalmente llegaron a un claro. Allí la luna bañaba con intensidad el espacio descubierto por los árboles, revelando una figura en el suelo. Con sus ojos acostumbrados a la oscuridad, Pies de Árbol distinguió con más detalle aquella silueta: las ropas eran las de un miembro del monasterio, y su cabeza reposaba en una posición inverosímil, mientras un líquido brotaba de su garganta destrozada.

- Detrás de aquellos árboles, algo, grande – susurró Cielo Apacible mientras adoptaba una postura defensiva.

Justo a tiempo, pues de entre la vegetación una gran figura se alzó y cargó hacia el grupo. Su oscuro pelaje le había ocultado mientras se colocaba en una posición ventajosa, y saltaba hacia ellos con toda su furia: los ojos rojos inyectados en sangre, sus mandíbulas babeantes y su cuerpo humanoide recuperando la verticalidad, mientras un rugido salía de su garganta.

- ¡Es un hombre-lobo! – gritó Arruruz mientras con agilidad se apartaba del camino de la criatura, cuyas garras pasaron a escasos centímetros del joven.

- ¡No podremos derrotarle! – Cielo Apacible había identificado también al ser, y sabía del peligro al que se enfrentaban. Sus golpes apenas tendrían efecto sobre él, y un ataque de la criatura, en caso de sobrevivir, podría transmitirles la maldición de la licantropía. Aferró con fuerza su bastón, y lanzó una rápida descarga de golpes sobre el pecho del ser, que no se inmutó al recibirlos.

- ¡Hay que avisar a los demás! – Pies de Árbol tomó una rápida carrerilla, y tomando impulso saltó hacia el ser, lanzando una potente patada hacia la cabeza de la criatura. Ésta, sin embargo, vio llegar el ataque, y antepuso sus brazos, bloqueando el ataque del semiorco.

- ¡Amanecer, retrocede y busca ayuda! ¡Ya! – Arruruz se unió a la refriega, y agarró con fuerza al hombre lobo, pero éste flexionó sus poderosos músculos y se libró de la presa.

Amanecer miró hacia sus compañeros, deseoso de ayudarles, pero aceptó las órdenes y se internó en el bosque, hacia el donde suponía estaban los otros grupos, mientras preparaba en su ballesta un virote especial, el cual disparó hacia el cielo. Se produjo un pequeño estallido y una luz comenzó a descender lentamente, avisando a los demás monjes de la situación del grupo. Amanecer continuó su carrera entre los árboles, intentando no golpearse con ningún tronco o rama baja.

En el claro, la criatura ignoró al monje que huía, y concentró sus ataques en Arruruz, que a duras penas logró apartarse de sus garras y dientes. Los golpes de Cielo Apacible y Pies de Árbol parecían rebotar en el pelaje del ser, y su fuerza le permitía deshacerse de los intentos de Arruruz de atraparle y derribarle, de modo que sus compañeros pudieran atacar con mayor efectividad. Finalmente, el licántropo, poseído por una rabia animal, se arrojó sobre Pies de Árbol. Con sus brazos el semiorco logró desviar las garras del monstruo, pero éste respondió clavando sus colmillos con fuerza en el costado del monje, que se dobló presa del dolor. Arruruz aprovechó que la criatura parecía deleitarse paladeando la sangre de su boca, y logró apresar uno de sus brazos. El ser intentó revolverse, pero, siguiendo su movimiento natural, Arruruz giró y, haciendo palanca sobre su hombro, volteó al ser por encima, derribándolo en el suelo. Cielo Apacible le golpeó con fuerza con su bastón, y usó su arma para retener a la criatura en el suelo, clavándole uno de los extremos en el pecho.

Arruruz se apresuró a finalizar la inmovilización, confiando en poder mantenerla lo suficiente para asegurar la llegada de sus compañeros, pero el pelaje de la criatura dificultaban el agarre, y su fuerza descomunal le permitió apartarlo. La criatura rompió de un golpe el bastón de Cielo Apacible y se disponía a incorporarse para abalanzarse sobre el herido Pies de Árbol cuando un dardo brilló iluminado por la luna, y se clavó en su lomo. El virote, fabricado en plata, penetró sin problemas la piel del ser, que emitió un lastimero aullido de dolor mientras se giraba en la dirección de la que procedía el proyectil. Al otro lado del claro, una figura embozada en una capa soltaba una pesada ballesta y sacaba otra más pequeña, mientras por su lado Amanecer Dorado corría hacia sus compañeros.

Cielo Apacible aprovechó la distracción del ser para agarrar el virote y removerlo en la herida, lo cual hizo que un nuevo grito de dolor escapase del ser. Desde el suelo, Arruruz lanzó una patada a las rodillas del monstruo, que de nuevo cayó derribado. Un nuevo proyectil se clavó con precisión en una de las patas de la criatura, que ahora intentaba huir hacia la espesura. Sin embargo, Pies de Árbol se incorporó y saltó sobre el ser, golpeando con sus rodillas en la espalda del ser. Amanecer Dorado se unió al semiorco, para mantener al licántropo inmovilizado por su simple peso.

El encapuchado cruzó a la carrera el claro y se aproximó hacia el grupo, mientras desenvainaba una espada larga y rebuscaba algo en su cinto, cuya hoja de plata brillaba con la luz de la luna.

- Sujetad a la criatura – dijo con tono seco -. La he seguido desde hace días, pero creo que llegado tarde...