
En opinión de Velkar, un millar de murciélagos sedientos de sangre (una estimación, el número exacto no era seguro), seis zombis y dos devoradores de cadáveres en una sola noche suponían una preocupante presencia de lo sobrenatural en la región. Siguiendo esa progresión, dado que en apenas dos horas de oscuridad habían tenido que hacer frente a esa cantidad de adversarios, y teniendo en cuenta que aún debían quedar unas doce horas antes de que amaneciese, calculaba que a partir de la media noche estarían en graves problemas, pues el clérigo habría agotado sus reservas de energía divina, el monje habría sido gravemente dañado y el paladín habría caído abatido, sin posibilidad de curarse; y por tanto, pudiera ser que no llegasen a ver el alba. El hecho de que pudieran existir variables aún por determinar, como la presencia de otras criaturas más peligrosas, el agotamiento acelerado de alguno de sus compañeros, o la simple fortuna que decidiese favorecer a las criaturas a las que se enfrentaban, no hacía sino complicar la situación, al menos desde su sencillo punto de vista.
- Comprobaré si hay alguien dentro, pero estate preparado, ¿me has oído, Velkar? – El monje mendicante esperaba delante de la puerta de la casa de la que parecían proceder los llantos de un bebé, ahora silenciados.
- Sí, por supuesto – Velkar se retiró, manteniendo la distancia exacta para poder afectar, en caso de ser atacados, a cualquier criatura con sus aptitudes mágicas. No podía sino estar agradecido de haber desarrollado esas capacidades que le permitían usar energías místicas como el fuego y el ácido sin recurrir a sus conjuros arcanos, simplemente manteniendo memorizados los patrones mágicos de dichos conjuros para alimentar sus poderes (si bien para él seguía siendo un misterio cómo una sustancia como el ácido podía formar parte de la metafísica planar de la realidad, pues se trataba de un compuesto de carácter completamente distinto al del fuego o la electricidad, de acuerdo como había sido postulado en “Principios de la magia” por...)
- Venimos a ayudarles, no tienen nada que temer – el tono de voz más elevado del monje indicaba que efectivamente había alguien al otro lado con quien estaba efectivamente hablando.
- ¿Quiénes son? ¡Márchense, todo está plagado de zombis! – gritó una voz desde el otro lado.
Las siguientes frases no eran más que un intento bastante fútil por parte de su compañero de convencer a los moradores de que abriesen la puerta. Velkar sabía que los humanos tendían a ser asustadizos, por ello no albergaba muchas esperanzas, así que centró su atención en la calle por la cual avanzaban sus otros tres compañeros, al parecer tras una infructuosa exploración de uno de los callejones laterales, de donde habían surgido criaturas no muertas.
Nada más llegar, la exploradora miró hacia el fondo de la calle en la que se habían parado.
- Oigo ruidos de lucha al fondo, muy atenuados – comentó mientras miraba a sus compañeros. A la vista de los agudos sentidos de la humana, y considerando el silencio imperante en el pueblo, Velkar estimó que la distancia hasta el origen de la lucha podía ser de un par de centenas de pies, quizás más.
- Vayamos a investigar. Vosotros dos intentad convencer a los lugareños, a ver si os pueden decir algo de lo que ocurre aquí – el paladín, de forma impulsiva, se encaminó hacia el origen de los ruidos, seguido por el sacerdote y la exploradora.
- Conforme – susurró Velkar. El monje siguió hablando a través de la puerta, y aparentemente sus esfuerzos tuvieron éxito, pues el ruido de varios objetos pesados siendo desplazados y una sólida cerradura retirando su bulón siguieron a sus palabras. La puerta se abrió, y unos atemorizados aldeanos asomaron por la puerta.
- ¡Por favor, ayudadnos!¡Los zombis están atacando a todo el mundo, y no hay ningún lugar seguro! ¡Queríamos ir a la plaza del pueblo, pero tuvimos que escondernos aquí!
- No se preocupen – las palabras de su compañero parecían tranquilizar a portavoz de los miedosos humanos. – Mis compañeros están asegurando el lugar. Si desean acompañarnos, les escoltaremos hasta la plaza y...
Un gemido horrendo se escuchó procedente de la calle, más adelante, en la niebla, seguido del rugido de batalla del paladín y un grito de advertencia de la exploradora.
- ¡Cierren la puerta, volveremos a por ustedes! – El monje exhortó a los aldeanos mientras emprendía una rápida carrera hacia el lugar del combate. Velkar volvió a observar curioso, a lomos de su montura, su facilidad para mantener la velocidad del perro, lo cual les permitió atravesar rápidamente la distancia que les separaba de sus compañeros.
Nada más llegar, una rápida evaluación le indicó que estaban en problemas: el sacerdote se encontraba paralizado, y a su alrededor revoloteaban dos sinistras criaturas, poco más que una cabeza demoníaca con alas membranosas, que reconoció como vargouilles, criaturas de los planos infernales capaces de inmovilizar a sus víctimas con un gemido para luego infectarlas con una maldición demoníaca que separaba su cabeza del cuerpo en un horrendo proceso que acababa generando una nueva vargouille. Uno de los seres se acercó al indefenso sacerdote, y le rozó con los labios, infectándoles. El paladín intentaba hacerles frente, pero sus ataques resultaron fallidos, al igual que los intentos de la exploradora de eliminar a una desagradable criatura gusanoide, que sus conocimientos arcanos identificaron como una cresa terrible.
Decidido a no dar opción a tales criaturas, y recurrió en esta ocasión a sus conjuros memorizados, para liberar un rayo de fuego abrasador que derribó inmediatamente a uno de los seres. El paladín abatió a otra de las criaturas voladoras, y el monje, con un par de rápidos puñetazos, exterminó al gusano.
Velkar observaba curioso al sacerdote, víctima de la parálisis. Dicha situación era especialmente desagradable, según lo que él sabía, pues la criatura inmovilizada era completamente consciente de todo lo que ocurría a su alrededor, pero era completamente incapaz de responder a ningún estímulo. Él había practicado durante horas ejercicios que dificultaban que efectos de tipo mental pudieran afectarle de esa manera, pero eso no dejaba de inquietarle. Criaturas infernales suponían una peligrosa variable en su cálculo.
Un parpadeo en los ojos del humano le indicó que empezaba a recuperar el control de su cuerpo.
- ¿Te encuentras bien? – le preguntó.
- Sí, perfectamente – aunque no era especialmente avispado a la hora de detectar mentiras, el hecho de que el clérigo murmurase un conjuro con el cual eliminó la maldición de la que había sido víctima, le indicó que no había salido tan indemne como decía.
El mendicante se separó un momento del grupo para hablar con los lugareños, mientras que el resto del grupo se reunía para trazar un plan de acción, aunque la conclusión lógica era obvia desde el comienzo: dejar a los lugareños en su refugio seguro, y avanzar hasta la plaza, donde parecía que se habían refugiado la mayoría de los supervivientes; una vez allí, quizás podrían averiguar lo que ocurría en aquel lugar donde parecía que el mal proliferaba en sus más variadas formas. Al poco, efectivamente, el resto del grupo llegó a dicha conclusión, y con los lugareños encerrados en la casa y con la orden de no abrir hasta que ellos avisasen, prosiguieron el camino hacia la plaza.
El sonido de la lucha les hizo apretar el paso, lo cual no le parecía muy precavido, pero al llegar al lugar comprobó que la urgencia estaba justificada. La zona, donde confluían cuatro calles, se encontraba fortificada con empalizadas, pero tres de ellas habían sido derribadas, y una docena de zombis había entrado en el lugar. Un par de grandes edificios parecían ser el objetivo de las criaturas, junto con la única defensora que parecía resistir en el centro de la plaza, con una espada bastarda en sus manos. La mujer, de pelo rubio y corto, se encontraba rodeada media docena de aquellas criaturas, y su situación parecía realmente desesperada. A los ojos de Velkar, la mujer no resistiría más de unos segundos, en los cuales a ellos les resultaría imposible llegar adonde estaba.
Sin esa información en mente, el paladín cargó contra una de las criaturas, impactando con una furia tremenda que casi la derribó. El nuevo atacante pareció distraer la atención de los demás zombis, lo cual dio un poco de respiro a la joven. La exploradora avanzó siguiéndole, para apoyar su ataque. Sin embargo, en ese instante, uno de los zombis se acercó al guerrero, y levantando ambos brazos, descargó sobre él un brutal golpe que le impactó en los hombros. A la vez, la tierra bajo sus pies pareció abrirse, y engulló al luchador hasta hacerlo desaparecer de la vista.
- ¡Por la gracia de Pelor, tened cuidado, es un enterrador! – exclamó el sacerdote.
Velkar intentó calcular cuáles serían sus opciones con este nuevo enemigo haciéndoles frente, pero antes de que pudiera empezar dos zombis aparecidos de una de las esquinas de la plaza se abalanzaron sobre él, golpeándole con furia. Esquivó uno de los ataques, pero la segunda de las garras le dio de lleno en un costado. Jadeando por el golpe, se retiró rápidamente mientras el monje frenaba el avance de las criaturas. Sus pensamientos pasaban a toda velocidad, preocupado por la situación en la que estaban, pues parecía insostenible, y con un gesto se concentró en arrojar una pequeña esfera de ácido contra uno de sus atacantes, mientras se planteaba cual sería el mejor curso de acción a seguir.
Antes de que pudiera tomar una decisión, no obstante, el clérigo se adelantó y con una plegaria en sus labios volvió a usar sus poderes sacerdotales para destruir a las criaturas. Tres de ellas cayeron destruidas, momento que aprovechó el monje para lanzarse sobre una de las criaturas que acosaban a la guerrera de pelo rubio. Los golpes de la mujer mantenían a raya a las criaturas, pero éstas la superaban ampliamente en número, y la lluvia de golpes que caían sobre ella empezaba a hacerle mella. La exploradora avanzó para ayudarla, y Velkar usó de nuevo sus aptitudes mágicas para crear una explosión de fuego que dañó a un par de zombis y mató a un tercero. El enterrador, como lo había llamado el clérigo, avanzó hacia sus compañeros, dispuesto a golpear a uno de ellos, cuando el sacerdote avanzó con paso firme, y de nuevo invocó los poderes de su dios. El enterrador se detuvo en seco, lanzó una mirada al símbolo sagrado que blandía el sacerdote, y salió corriendo. El pavor cundió entre varios zombis, que empezaron a alejarse con sus lentos andares de la zona de influencia del sacerdote. Esto cambiaba por completo la situación, decantándola claramente a su favor. Una ráfaga de golpes del monje derribó a otro zombi, y los tajos lanzados por la luchadora acabaron con los dos restantes, ayudada por una nueva esfera de ácido lanzada por él. El enterrador se perdió en la niebla, incapaz de hacer frente al poder invocado por el sacerdote. Casi a la vez, un puño enguantado en metal se abrió camino desde la tierra, y el paladín salió a la superficie, jadeando mientras buscaba aire. Lanzó una mirada a su alrededor, y dirigiéndose a la guerrera, habló:
- Lady Ashlyn, supongo.
Mientras recuperaban fuerzas y curaban sus heridas, Velkar volvió a estudiar sus posibilidades. El sacerdote estaba cansado, y había gastado buena parte de sus recursos curativos. El paladín, para su sorpresa, apenas estaba dañado, al igual que el monje, y la exploradora no había sido atacada en esta escaramuza. Calculó mentalmente, y llegó a una conclusión bastante simple: aún faltaban nueve largas horas para que amaneciese, la noche era joven.
No hay comentarios:
Publicar un comentario