
Mientras observaba a sus compañeros de mesa devorar la comida, Julianus no podía mas que recordar lo ajena que para él le resultaba tal necesidad. Al calor que proporcionaba la chimenea de El Caballo Fatigado, la última posada antes de llegar al condado de Barovia, su mente divagaba con imágenes del momento en que abrazó el voto de pobreza que se había convertido en su credo, y todo lo que había supuesto para él.
No había sido su cuerpo, entrenado para la abstinencia y para hacer frente a las adversidades del húmedo clima de aquellas tierras norteñas, el que le había instado a solicitar cobijo en el lugar, sino el deseo de algo de compañía con quien charlar antes de proseguir su viaje, y ante todo la posibilidad de obtener alguna pista sobre el hombre al que buscaba. El posadero, gentilmente, le había ofrecido cena y cama gratuitas, pero por desgracia nada había podido decirle de su amigo, Jeref Maurgen. Bien pensado, Jeref era un experto cazador, y si su destino era los bosques de Svalich, quizás no había visto la necesidad de detenerse en la posada. Mala suerte, tendría que preguntar en el propio pueblo de Barovia.
- El pueblo de Barovia necesita héroes. Vosotros seréis tan buenos como cualquier otro.
La ronca voz, con un marcado acento, le sacó de su ensoñación a tiempo de ver caer una carta sellada sobre la mesa. La persona que la había arrojado, un hombre embozado de baja estatura, se dirigía hacia la puerta de la posada, listo para marcharse, cuando de la mesa se levantó uno de los viajeros, de físico robusto, abultada musculatura y barba descuidada, que retuvo al extraño poniendo una mano sobre su hombro.
- ¿Barovia? ¿Sois de allí? ¿Qué es esta carta?
- No, no soy de allí, pero mis viajes me llevan por esas tierras. La carta es del burgomaestre, es todo lo que sé. Me pagan para encontrar héroes, y eso he hecho.
Sin mediar palabra, el emisario se soltó lentamente y desapareció por la puerta. Los cinco se miraron mutuamente, esperando alguna aclaración. Julianus aprovechó para observar a sus compañeros de mesa, comprobando que destacaban entre los parroquianos.
El joven que se había levantado lucía en su armadura el puño sujetando un relámpago símbolo de Heironeous, así como el disco con medio sol y media luna que lo identificaba como un Heraldo de la Luz, orden dedicada al exterminio de los muertos vivientes por todo el Imperio. El significado de una tercera insignia, con un yunque, quedaba fuera de sus conocimientos. Su físico, así como su lenguaje corporal, indicaban que era un guerrero experimentado, posiblemente un paladín.
Junto a él, otro joven miraba con cuidado la carta, sin tocarla. El símbolo de Pelor el Radiante, un sol con el rostro de un hombre grabado, colgaba sobre su túnica. La expresión del joven denotaba serenidad, mientras observaba la reacción de los presentes, evaluando lo ocurrido. Su pose y gesto resultaban magnéticos, lo cual asoció a una vida como clérigo errante, difundiendo la palabra de su dios en tierras lejanas.
Del otro extremo de la mesa, un mediano de coloridos ropajes miraba curioso la carta. Con la agilidad propia de su raza, recogió delicadamente la carta, a la vez que murmuraba algo. Sus ojos se fijaron en el papel, intentando discernir el contenido de la misiva, aún sin abrir. La ropa, bajo la luz de las lámparas, dejaba ver varios pliegues que Julianus reconoció como disimulados bolsillos, usados por magos y hechiceros para guardar los componentes de sus conjuros.
La joven sentada a su lado parecía a punto de decir algo, pero permaneció callada. Con ropas de viajero y una capa bastante gastada, se había presentado, al unirse a la mesa, como guía de estas tierras remotas, lo cual confirmaba contando alguna que otra historia de sus viajes, pero parecía haber algo más oculto en ella, en la manera huidiza de mirar a su alrededor, o en la forma de observar al Heraldo de la Luz y al clérigo de Pelor. Siendo ambos representantes de la ley (o lo más parecido), un pasado delictivo parecía ser la explicación obvia a su oculto nerviosismo.
El mediano seguía jugueteando con la carta, que finalmente entregó al clérigo de Pelor. Éste la abrió rompiendo el sello y leyó su contenido.
La carta era un súplica de ayuda por parte del burgomaestre de Barovia, Kolyan Indirovich, donde solicitaba auxilio para encontrar una cura al mal que aquejaba a una mujer, Irina Kolyana, a cambio de riquezas.
- Es algo peculiar – comentó el mediano. – Conozco poco de estas tierras, pero no son especialmente ricas ni prósperas, al contrario de lo que dice la carta. Lo que sí sé es que de ese lugar, Barovia, se oyen leyendas sobre maldiciones y criaturas de la oscuridad que moran en sus entrañas. Es un valle aislado, y no tiene contacto con el exterior. Al menos hasta donde alcanza mi saber.
- Y la expresión “el amor de mi vida” usado para referirse a la joven es cuanto menos peculiar – añadió el clérigo. – Por lo que observo, ella parece ser la hija del autor de la carta, considerando la costumbre de apellidar a los hijos con el nombre del padre... la expresión usada parece algo fuera de lugar...
- Sin embargo, es una petición de auxilio que no se puede rechazar – interrumpió el paladín. - Asuntos de mi orden me llevan a ese lugar, por lo que aprovecharé para hablar con ese hombre.
- El camino a Barovia es poco transitado, y las montañas Balinok son traicioneras para los que no las conocen – apuntó la mujer. - No he viajado hasta allí, pero sé desenvolverme bien a cielo abierto. Por un precio, podría acompañarle y servirle de guía, caballero.
Julianus se detuvo un instante antes de pronunciarse. El rostro del paladín reflejaba decisión, algo propio en los de su condición, pero esta parecía ser algo mecánica, casi forzada... La mujer, para su sorpresa, se había ofrecido a acompañarle, lo cual le hizo replantearse el motivo de sus miradas, pues tanto el clérigo como el paladín tenían rostros que se podían considerar agraciados. Aunque precavido, mostrando una sabiduría y contención que no parecían acordes a sus pocos años, el clérigo parecía albergar el deseo de internarse en aquella región, ¿era quizás el fanatismo lo que iluminaba momentáneamente sus ojos? El mediano observaba al grupo, aparentemente expectante, pero con el deseo de aventuras que en ocasiones anidaba en los suyos patente en su expresión; definitivamente se trataba de un kithkin.
- Yo también tengo mis propios motivos para dirigirme hacia esas tierras, pero gustosamente compartiré el camino con quien desee acompañarme, y, si es conveniente, investigar el origen de tan peculiar misiva. Mi nombre es Julianus Oton, monje del templo de la Llama Firme. Encantado de conocerles.
4 comentarios:
Bueno, efectivamente, en un arrebato de originalidad, los PJs se encuentran en una posada cuando llega un señor para darles la misión... Por fortuna, D&D no intenta disfrazar sus intenciones y este recurso no resulta tan chirriante como en otros casos (siendo el más infame que conozco el de cierto juego de rol narrativo).
Un breve apunte respecto al contenido del relato: dado que no dispongo de memoria eidética (¿se aplicaría también a lo escuchado?) ni grabamos las partidas, los diálogos son adaptaciones de los originales, mitad resumen mitad prosilla cutrona, pero es lo que hay...
Hombre, si te hace mucha ilusión las podría grabar, ya lo he hecho alguna vez.
Em... la verdad es q si las grabase y me dedicara a copiar lo q decimos, me sentiría más secretario que artista con ínfulas :)
Por otro lado, alguna que otra vez grabamos las partidas de DragonQuest, y no se oían más q risotadas, pq será...
Me ha gustado ese estilo en homenaje a Cancion de Hielo y fuego, centrando el relato alrededor de uno de los personajes.
Una pequeña observación, jJulianus había abandonado el monasterio y la vida monacal hace años antes de empezar la aventura, así que no se presenta como perteneciente al monasterio, aunque cuando le han preguntado no tiene reparos en decir en cual se formó. Por lo demás es bastante fideligno el relato, si mi memoria no me engaña, ya que es tan fiable como mi capacidad para tomar alcohol, que varia entre una copa o dos litros, según el día.
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