sábado, 14 de marzo de 2009

Rabia en Barovia (parte 1)


La abundante vegetación del bosquecillo ralentizaba el avance de los cuatro monjes, y la oscuridad dificultaba su búsqueda. A lo lejos, la tenue luz de una antorcha les indicaba que otro grupo se encontraba por la zona, lo cual les recordaba la urgencia de su misión. Hacía relativamente poco que habían descubierto que Hoja de Otoño, uno de sus hermanos, había desaparecido misteriosamente de su habitación. Los miembros de la orden de la Llama Firme tenían completa libertad para ir y venir por el monasterio, pero algunos rastros indicaban que había salido del recinto y se había dirigido hacia el cercano bosque. Asimismo, los augurios de algunos de los miembros de mayor edad indicaban que su hermano podía correr allí un grave peligro. Era cierto que el pequeño bosque, con la caída del sol, se convertía en un lugar en ocasiones inhóspito, y recientemente la fauna parecía bastante alterada, así que rápidamente habían organizado grupos de búsqueda para intentar localizarle, antes de que sufriese algún daño.

El joven monje semiorco Pies de Árbol se detuvo un momento y se agachó para examinar las huellas. Durante su niñez con una tribu de orcos nómadas, antes de unirse al monasterio, había aprendido a seguir rastros, y ahora se concentraba en interpretar las pequeñas señales dejadas en las ramas rotas y las hojas pisadas. Arruruz, su superior, acercó la antorcha para iluminar mejor la zona.

Las marcas no eran muy claras, pero confiaba en su intuición, así que se incorporó y comenzó a avanzar por entre los árboles. El silencio del lugar resultaba inquietante, ya que no llegaba a oídos del grupo ruido de insectos o pequeños animales, pero aún así continuaron internándose en el bosque. Tras varios minutos, Pies de Árbol descubrió que las huellas que seguía habían desaparecido. A pesar de sus intentos, le resultaba imposible recuperar el rastro, y se disponía a indicarle a sus hermanos que retrocediesen, cuando uno de ellos, Cielo Apacible, miró a su alrededor y susurró:

- ¿Habéis oído eso? Sonaba como un grito de auxilio, ahogado por algo o alguien.

- ¿Por dónde? – inquirió Amanecer Radiante, el más joven de los cuatro monjes que componían ese grupo de búsqueda.

Cielo Apacible señaló hacia la espesura, pero ninguno de ellos pudo distinguir nada en esa dirección; es más, al mirar a su alrededor comprobaron que ninguna luz brillaba por la zona, lo cual señalaba que estaban separados del resto de los grupos.

- Acerquémonos, pero con cuidado – decidió al final Arruruz.

El resto asintió con la cabeza, y comenzaron a desplazarse sigilosamente entre los matorrales que crecían entre los árboles del bosque. La luna asomaba llena entre las copas de los árboles, que dejaban pasar ocasionales rayos de su luz, hasta que finalmente llegaron a un claro. Allí la luna bañaba con intensidad el espacio descubierto por los árboles, revelando una figura en el suelo. Con sus ojos acostumbrados a la oscuridad, Pies de Árbol distinguió con más detalle aquella silueta: las ropas eran las de un miembro del monasterio, y su cabeza reposaba en una posición inverosímil, mientras un líquido brotaba de su garganta destrozada.

- Detrás de aquellos árboles, algo, grande – susurró Cielo Apacible mientras adoptaba una postura defensiva.

Justo a tiempo, pues de entre la vegetación una gran figura se alzó y cargó hacia el grupo. Su oscuro pelaje le había ocultado mientras se colocaba en una posición ventajosa, y saltaba hacia ellos con toda su furia: los ojos rojos inyectados en sangre, sus mandíbulas babeantes y su cuerpo humanoide recuperando la verticalidad, mientras un rugido salía de su garganta.

- ¡Es un hombre-lobo! – gritó Arruruz mientras con agilidad se apartaba del camino de la criatura, cuyas garras pasaron a escasos centímetros del joven.

- ¡No podremos derrotarle! – Cielo Apacible había identificado también al ser, y sabía del peligro al que se enfrentaban. Sus golpes apenas tendrían efecto sobre él, y un ataque de la criatura, en caso de sobrevivir, podría transmitirles la maldición de la licantropía. Aferró con fuerza su bastón, y lanzó una rápida descarga de golpes sobre el pecho del ser, que no se inmutó al recibirlos.

- ¡Hay que avisar a los demás! – Pies de Árbol tomó una rápida carrerilla, y tomando impulso saltó hacia el ser, lanzando una potente patada hacia la cabeza de la criatura. Ésta, sin embargo, vio llegar el ataque, y antepuso sus brazos, bloqueando el ataque del semiorco.

- ¡Amanecer, retrocede y busca ayuda! ¡Ya! – Arruruz se unió a la refriega, y agarró con fuerza al hombre lobo, pero éste flexionó sus poderosos músculos y se libró de la presa.

Amanecer miró hacia sus compañeros, deseoso de ayudarles, pero aceptó las órdenes y se internó en el bosque, hacia el donde suponía estaban los otros grupos, mientras preparaba en su ballesta un virote especial, el cual disparó hacia el cielo. Se produjo un pequeño estallido y una luz comenzó a descender lentamente, avisando a los demás monjes de la situación del grupo. Amanecer continuó su carrera entre los árboles, intentando no golpearse con ningún tronco o rama baja.

En el claro, la criatura ignoró al monje que huía, y concentró sus ataques en Arruruz, que a duras penas logró apartarse de sus garras y dientes. Los golpes de Cielo Apacible y Pies de Árbol parecían rebotar en el pelaje del ser, y su fuerza le permitía deshacerse de los intentos de Arruruz de atraparle y derribarle, de modo que sus compañeros pudieran atacar con mayor efectividad. Finalmente, el licántropo, poseído por una rabia animal, se arrojó sobre Pies de Árbol. Con sus brazos el semiorco logró desviar las garras del monstruo, pero éste respondió clavando sus colmillos con fuerza en el costado del monje, que se dobló presa del dolor. Arruruz aprovechó que la criatura parecía deleitarse paladeando la sangre de su boca, y logró apresar uno de sus brazos. El ser intentó revolverse, pero, siguiendo su movimiento natural, Arruruz giró y, haciendo palanca sobre su hombro, volteó al ser por encima, derribándolo en el suelo. Cielo Apacible le golpeó con fuerza con su bastón, y usó su arma para retener a la criatura en el suelo, clavándole uno de los extremos en el pecho.

Arruruz se apresuró a finalizar la inmovilización, confiando en poder mantenerla lo suficiente para asegurar la llegada de sus compañeros, pero el pelaje de la criatura dificultaban el agarre, y su fuerza descomunal le permitió apartarlo. La criatura rompió de un golpe el bastón de Cielo Apacible y se disponía a incorporarse para abalanzarse sobre el herido Pies de Árbol cuando un dardo brilló iluminado por la luna, y se clavó en su lomo. El virote, fabricado en plata, penetró sin problemas la piel del ser, que emitió un lastimero aullido de dolor mientras se giraba en la dirección de la que procedía el proyectil. Al otro lado del claro, una figura embozada en una capa soltaba una pesada ballesta y sacaba otra más pequeña, mientras por su lado Amanecer Dorado corría hacia sus compañeros.

Cielo Apacible aprovechó la distracción del ser para agarrar el virote y removerlo en la herida, lo cual hizo que un nuevo grito de dolor escapase del ser. Desde el suelo, Arruruz lanzó una patada a las rodillas del monstruo, que de nuevo cayó derribado. Un nuevo proyectil se clavó con precisión en una de las patas de la criatura, que ahora intentaba huir hacia la espesura. Sin embargo, Pies de Árbol se incorporó y saltó sobre el ser, golpeando con sus rodillas en la espalda del ser. Amanecer Dorado se unió al semiorco, para mantener al licántropo inmovilizado por su simple peso.

El encapuchado cruzó a la carrera el claro y se aproximó hacia el grupo, mientras desenvainaba una espada larga y rebuscaba algo en su cinto, cuya hoja de plata brillaba con la luz de la luna.

- Sujetad a la criatura – dijo con tono seco -. La he seguido desde hace días, pero creo que llegado tarde...

lunes, 23 de febrero de 2009

La plaga (parte 4)

A los ojos de Bren, la ventaja táctica de que disponían con Velkar y Domingo en sus filas podía decantar el combate venidero. Era obvio que el mediano, pese a su comportamiento aparentemente despreocupado, había entrenado intensamente sus poderes arcanos (¿quizás de forma obsesiva?), hasta el punto de poder recurrir de manera inagotable a una fracción de esas energías, convirtiéndole en una valiosa arma en cada combate. Por su parte, la capacidad para destruir muertos vivientes del sacerdote de Pelor no tenía igual entre ellos, si bien tan precioso recurso sí era limitado. Posiblemente de ellos dependiese hacer frente a los terrores que se encontrasen donde se dirigían.

La iglesia de Barovia, un pequeño edificio de apenas 50’ de fondo por 60’ de ancho construido en piedra y madera, estaba construida al final de una suave cuesta, a los pies del saliente rocoso donde se alzaba, visible a pesar de la niebla que cubría la zona, el castillo Ravenloft.

Habiendo dejado a Marienne en la plaza para organizar a los lugareños, correspondió a Julianus, el monje mendicante, acercarse con cuidado al lugar. Sus variadas capacidades, que le permitían tanto participar en el combate como actuar de avanzadilla, le convertían en una pieza indispensable, si bien el paladín lamentaba haber dejado atrás a la joven exploradora. Mientras Julianus se acercaba sigilosamente al edifico, Ashlyn se impacientaba, deseosa de entrar para rescatar a sus compañeros. Su camarada de armas era bastante capaz en el combate, y obviamente no se amedrentaba fácilmente, como había demostrado manteniendo su posición frente a los zombis en la plaza del pueblo, pero Bren temía que su implicación personal nublase su raciocinio en el calor de la batalla. Si algo había aprendido a lo largo de sus años de combate era que siempre había que evaluar la situación antes de arrojarse de cabeza.

Con ágiles zancadas, el monje regresó con el grupo.

- Esta realmente oscuro dentro, apenas se distingue el brillo de algunas velas, y se oye un cántico gutural procedente del interior, como una letanía.

Bren y Ashlyn se miraron, y tras una breve concentración, abrieron su alma para percibir la maldad del lugar. Una fuerte emanación procedía del edificio, como si el propio lugar estuviese corrupto por las fuerzas del mal. Con cuidado, el grupo procedió a rodearlo, mientras analizaban la situación. Un par de vidrieras, bastante ensuciadas, se abrían en el lateral, y Bren se aproximó a una de ellas con todo el sigilo que le permitía su pesada armadura, para escudriñar el interior.

Bancos rotos yacían por los suelos de ambos laterales, mientras unas pocas velas alumbraban la zona central, donde un altar cubierto de manchas rojizas ocultaba una figura agazapada. Una fuerte aura maligna procedía del ser, así como de un gran agujero practicado en el suelo de la iglesia, que parecía abrirse a un sótano interior. En dirección a la puerta el edifico se estrechaba ligeramente, posiblemente con un pequeño almacén y el acceso al sótano. Su mirada se desvió instintivamente al techo, donde comprobó con satisfacción cómo una amplia vidriera semicircular coronaba la estructura, tal y como esperaba en un templo de Pelor. Una ligera sonrisa asomó en sus labios mientras trazaba un plan, que no tardó en comunicar a sus compañeros.

- El lugar está profanado, su aura de maldad es muy intensa, y parece que una maldad aún más fuerte procede del sótano. No quiero arriesgarme entrando por la puerta, así que Velkar, ¿dispones de algún conjuro que te permita subir al tejado de la iglesia?

- Podría volar allí, si es lo que necesitas. Pero también podríamos subir con una cuerda, ¿no? ¿Para qué me quieres arriba?

- Hay una cúpula vidriada desde la que se domina todo el interior. Casi debajo se encuentra el altar, y detrás de él creo que está el sacerdote, Danovich. Su aura de maldad era muy poderosa, creo que ha sido corrompido... – dedicó una rápida mirada a Domingo, buscando su aprobación.

- Si se ha apartado del camino de la luz, debe sufrir el castigo de los impíos – le respondió rotundamente.

- De acuerdo – volvió su mirada al mediano-. Tú atacarás desde arriba, nosotros nos colocaremos en los laterales y entraremos cada uno por una vidriera. Debemos coordinarnos para no darle ninguna oportunidad de contraatacar. Luego, nos prepararemos para hacerle frente a aquello que haya abajo.

- Parece fácil – añadió el mediano, mientras sacaba de sus ropajes un pequeño cetro. – Con esto me aseguraré de que el conjuro no se acabe en el momento más inoportuno. – Con el cetro en una mano, y una pequeña pluma en la otra, murmuró unas palabras y al instante comenzó a elevarse por los aires, dirigiéndose al techo.

- Los demás, a vuestros puestos – ordenó Bren, mientras hacía un gesto a Julianus para que le siguiese a uno de los laterales. En ese momento, Ashlyn le retuvo por el brazo.

- ¿Y Thendrick y Mathilda? – su rostro reflejaba una contenida angustia.

- No los he visto. Pero había un par de habitaciones más, y quizás estén retenidos allí, o en el sótano. Debemos apresurarnos – Bren ya había pensado en el destino que habían podido sufrir ambos, pero no deseaba compartir sus inquietudes con su atribulada compañera.

- Rezo a Pelor porque así sea – respondió la mujer.

Listo en su posición, sujetando con fuerza su espada bastarda, Bren esperó unos segundos más, y finalmente Velkar hizo su movimiento: dos potentes chorros de fuego se abrieron paso hacia el interior, impactando de lleno en la figura reclinada tras el altar, arrancándole un desgarrador grito de dolor que retumbó por toda la estancia. Casi al unísono, Bren y sus compañeros rompieron las vidrieras y se abalanzaron hacia el interior, dispuestos a rematar al sacerdote. Éste, sin embargo, cayó al suelo envuelto en llamas, y se hizo el silencio, sólo roto por el crepitar del fuego. Los cinco aventureros intercambiaron miradas, y Velkar se encogió de hombros mientras su rostro sonreía de satisfacción. Bren esperaba un primer asalto demoledor, pero esto superaba sus expectativas ampliamente.

Con cuidado, dejando algunas antorchas para iluminar con claridad el lugar, cruzaron la zona de los bancos, aproximándose al agujero central. Desde allí pudo ver que cada lateral de la iglesia estaba ocupado por dos pequeñas habitaciones, que flanqueaban a cualquiera que entrase desde los portones principales, en una posición inmejorable para una emboscada. Como si se supiesen descubiertos, las puertas de las habitaciones se abrieron, y tres tambaleantes zombis surgieron de ellas, mientras que en la cuarta otro brujo de la muerte, como el que habían encontrado en su primera escaramuza, se dispuso a usar sus aptitudes sortílegas. Había que actuar con cuidado, pero parecían enemigos asequibles para sus capacidades.

Julianus se adelantó para interceptar su avance, mientras Ashlyn y Bren flanqueaban a Domingo, que comenzaba a canalizar las energías divinas de que disponía para una última descarga contra los muertos vivientes, de forma algo impaciente quizás, pero Bren necesitaba concentrarse en los posibles adversarios que viniesen.

En ese instante, de la puerta más lejana ubicada a la izquierda, otros dos zombis surgieron, con su lento andar característico, acompañados de un esqueleto. La mirada de los dos paladines se quedó clavada en las nuevas figuras, pues reconocieron casi al instante el rostro de las dos personas que habían venido a buscar, con la piel rasgada de color gris ceniciento y los ojos vacuos, mientras avanzaban hacia ellos, convertidos en una burla de la vida que hacía pocas horas antes había corrido por sus cuerpos. Bren desterró todo sentimiento al instante, centrándose en la lucha que se avecinaba, pero vio temblar ligeramente a Ashlyn, que parecía luchar contra un torrente de emociones. Domingo, con un fuerte grito, liberó las energías divinas, que por un instante iluminaron a los tres primeros zombis, antes de reducirlos a cenizas. Eso dejaba el hueco perfecto para que Julianus se escurriese hacia un lateral, frenando el avance del primero de los zombis restantes y estorbando lo suficiente a las otras dos criaturas. De la arcada donde se ocultaba el brujo de la muerte salieron dos pequeñas líneas de energía plateada que impactaron en el monje, pero este resistió sin problemas el ataque mágico, mientras afianzaba su posición y lanzaba un par de golpes al primero de los no muertos que le asediaban.

Bren avanzó un par de pasos, preparado para ayudar a Julianus con los zombis mientras confiaba en Ashlyn, Domingo y Velkar para hacer frente al esqueleto y el brujo de la muerte, cuando un nuevo ser apareció por la misma puerta que sus zombificados compañeros. La criatura, delgada como un esqueleto, tenía unos brazos largos, una cabeza ancha y con forma de cuña, y una mandíbula descomunal, con dientes como fragmentos de humeante hielo negruzco. Abrió sus fauces, y un rugido se alzó sobre el ruido del combate.

- ¡¡¡PAAAAAADREEE!!!

Bren miró a Domingo, pues desconocía por completo a la criatura ante la cual se hallaban. Éste murmuró una palabra, “blasfemo”, más una pregunta que una respuesta, cuando oyeron la voz de Ashlyn

- ¡ Es un blasfemo, cuidaos de su mordisco!

Al escuchar la voz de la mujer, el ser se abalanzó sobre ellos tres, ignorando a Julianus y cubriendo la distancia que les separaba con una endiablada velocidad.

La falta de información suponía una grave desventaja, pero poco podían hacer ahora por subsanarla. Seguro de hallarse ante un enemigo terrorífico, procedió a lanzar una breve plegaria a Heironeus, imbuyéndose con su favor divino en la forma de un conjuro que le permitiría dañar gravemente al ser con cada uno de sus golpes, si bien a costa de sus propias energías vitales. De reojo, observó cómo Ashlyn aprovechó ese instante para realizar un ritual similar.

La criatura se acercó sin temor alguno a ambos, lo cual los paladines aprovecharon para descargar sus golpes, combinando un poderoso tajo suyo con una profunda estocada de Ashlyn. Ninguno contuvo sus ataques, y a la vez que Bren recurría a sus aptitudes divinas para castigar con mayor precisión y fuerza a aquel ser, Ashlyn hizo lo propio, mientras imbuía también su arma con aptitudes aún más letales contra los muertos vivientes. Los dos golpes impactaron en el ser de lleno, pero éste no pareció inmutarse, y se arrojó sobre la mujer, clavando sus dientes con fuerza el hombro de la joven, desviada su dentellada por las placas de metal que le protegían el cuello. La mujer dejó escapar un grito de dolor, y casi al instante bajó la guardia y su mirada pareció extraviarse. A eso debía referirse con su advertencia.

El desviar la atención le costó caro a Bren, pues el insidioso esqueleto había logrado zafarse de Julianus, y colocándose a su costado, lanzó un golpe que impactó con sorprendente fuerza en el flanco desprotegido del paladín. Preocupado, se giró y pudo ver cómo el monje había perdido su posición, quedando él bloqueado en uno de los extremos de la habitación, mientras el otro zombi tenía paso franco para unirse a la refriega. Domingo recurrió a las aptitudes curativas de una de sus múltiples varitas para sanar el severo golpe sufrido por Ashlyn cuando una llamarada de fuego que envolvió al esqueleto y al zombi le recordó que seguían contando con la ayuda de Velkar para lidiar con aquella amenaza.

La situación táctica era preocupante, pues Ashlyn se encontraba indefensa, así que Bren se desplazó, interponiéndose entre ella y el monstruo. A pesar de haber recibido un entrenamiento exhaustivo en esgrima, sabía que frente a aquellas criaturas prácticamente descerebradas las fintas y demás florituras de poco iban a servir, así que recurrió a una técnica tan básica como efectiva, y dos cortes verticales de la espada, impulsada por toda la fuerza de sus brazos en sentido descendente y luego en su continuación ascendente golpearon de nuevo al monstruo. Éste pareció caer en su engaño, y centró su atención en él, olvidándose de la indefensa mujer. La criatura abrió su boca, casi desencajando su mandíbula, y lanzó un rápido mordisco. Bren intentó interponer la hoja de su arma, buscando que el ser se empalase a sí mismo con la impulso del golpe, pero la criatura, con un rápido paso lateral, cambió la orientación de su cuerpo, y clavó sus dientes en el antebrazo del guerrero. Oleadas de frío le recorrieron la extremidad y se extendieron por todo su cuerpo, mientras la sangre manaba de la herida y el efecto del mordisco nublaba su cabeza. Casi como en un sueño, vio cómo Domingo se aproximaba a él para curarle, mientras Ashlyn, recuperada, descargaba con furia dos tremendos impactos en la criatura. Zombi y esqueleto se arrojaron sobre ella, penetrando su armadura con garras y golpeando su cara con los puños. La situación era preocupante, pues la superioridad numérica de las criaturas, así como la capacidad del mordisco del blasfemo para inutilizar a uno de los guerreros les situaba en clara desventaja, cuando Velkar, que seguía volando, maniobró volando sobre los combatientes, colocándose paralelo al suelo. Cruzando su mirada con la Bren, le guiñó un ojo mientras rebuscaba en los bolsillos de su túnica. Tras unas palabras ininteligibles, el mediano abrió su boca en un gesto similar a un escupitajo, y de ella brotó un potente chorro de ácido que impactó sobre las tres criaturas que les atacaban. La carne del zombi se desprendió de su cuerpo, mientras los huesos del esqueleto se disolvían ante el potente efecto del conjuro, que derribó a ambas criaturas. El blasfemo recibió de lleno la descarga, y el líquido arrojado comenzó a corroer su piel, pero el ser continuaba en pie, dirigiendo su mirada cargada de odio a sus oponentes. Ni una gota había salpicado a sus compañeros, tal había sido la precisión de Velkar al colocarse y lanzar el conjuro.

La magia del mediano le dio un vuelco al combate, pues Bren notaba como la espesa nube que atontaba su raciocinio desaparecía, mientras Ashlyn, de un poderoso mandoble, sacudía a la criatura. El ser intentó devolverle el golpe, pero la mujer se las apañó para desviar el golpe con la parte plana de su espada, fallando por unos centímetros. Aprovechando la situación, Bren rodeó al no muerto para aprovechar la posición ganada por la luchadora, y la impactó con un nuevo tajo horizontal. La criatura se giró para encararle, tal y como él esperaba, pues aquel movimiento le dejó desprotegido ante la respuesta de Ashlyn, que reuniendo todas sus fuerzas alzó la espada y soltó un ataque devastador.

- ¡Muere!

El brutal ataque hizo que la espada cortase la endurecida piel del blasfemo, llegando a la carne, rompiendo hueso, músculos y tendones, hasta prácticamente seccionarle el brazo izquierdo. La criatura comenzaba a girarse hacia la joven cuando esta removió su espada, y aplicando su peso al movimiento, continuó cortando hasta sacar el arma por la cadera del ser. El monstruo quedó paralizado un instante, y se derrumbó en el suelo, derrotado al fin.

Preocupado por Julianus, Bren se giró hacia él, pero pudo comprobar que el zombi al que se enfrentaba caía también derribado al suelo, inerte. Julianus abrió sus manos, indicando que no había sido él quien lo había hecho.

Un sollozo volvió a centrar la atención de Bren. A su lado, Ashlyn yacía de rodillas sobre el suelo de la iglesia. El combate había terminado, toda su ira y frustración habían sido liberadas, y las lágrimas rompían en sus ojos, descontroladas las pasiones. La plaga zombi parecía haber sido eliminada, pero lo único que rompía el sepulcral silencio del lugar era un llanto de dolor y pena.

lunes, 9 de febrero de 2009

La plaga (parte 3)

A pesar de la notable urgencia con que debían reparar las barricadas, los lugareños se detenían constantemente, escudriñando en la niebla a la espera de una nueva amenaza. Al principio eran gestos sutiles, miradas furtivas que podrían haber escapado a unos ojos menos atentos que los de Julianus, pero poco a poco el nerviosismo había ido in crescendo: las manos temblaban al coger los martillos, los pies se restregaban inquietos mientras sujetaban los maderos, y al poco comenzaban los reproches. Todos deseaban terminar lo antes posible y volver a la seguridad de la taberna en que se habían refugiado. Julianus desvió momentáneamente la vista hacia el letrero que colgaba sobre su puerta mientras acercaba un nuevo madero para reforzar el bloqueo de la parte norte de la plaza, y una ligera sonrisa afloró en sus labios al pensar en quien había añadido una muesca al texto, cambiando el algo etílico “La sangre de la viña” por el siniestro “La sangre de la niña”. En ese momento, salieron por la puerta Bren y Domingo, acompañados de Ashlyn e Ismark.

- Si vais a marchar a la iglesia, iré con vosotros – insistía Ashlyn de forma vehemente.- Son mis camaradas quienes están allí-. La mujer manoseaba nerviosa la empuñadura de su espada mientras miraba expectante al paladín y al sacerdote. Aunque había sufrido heridas durante la defensa de la plaza, las atenciones de Domingo y sobre todo su indómita fuerza de voluntad le hacían seguir adelante. Tras el altercado con los zombis, les había revelado que el pueblo se encontraba afligido por una extraña plaga que había provocado el alzamiento de un sinfín de zombis. En apenas unas horas había habido numerosas bajas, y los supervivientes de la primera oleada se habían refugiado en la plaza del pueblo, si bien algunos habían tenido que fortificar sus propias casas, en un intento agónico de sobrevivir.

- Aún no estoy muy seguro de cuál será nuestro curso de acción. Me preocupa la suerte de vuestros dos compañeros – indicó Bren, mientras se giraba hacia Ismark – pero también la suerte de vuestra hermana. No entiendo que clase de hombre sois para dejarla abandonada en vuestra mansión, en lugar de traerla aquí -. Bren no hacía esfuerzo alguno por ocultar el reproche en sus palabras, mientras miraba al joven.

- Mi hermana es la mejor luchadora del pueblo, no está indefensa, y las paredes de la casa son sólidas. Además, nadie podrá sacarla de allí hasta que se pueda enterrar a nuestro padre -. Los ojos del joven, vidriosos por el alcohol, parecían perderse en la memoria, mientras una fuerte melancolía parecía embargarle.

- Es cierto, se nos olvidaba que el que el nuevo burgomaestre esté con los suyos, ayudando a la defensa del poblado, es una mera coincidencia producto de su alcoholismo. Si hubieseis tenido suficiente bebida en vuestra mansión posiblemente no habríais salido hasta que la plaga hubiese terminado o bien hubiese derribado las fortificadas puertas de vuestro hogar-. Las demoledoras palabras de Domingo, que Ismark recibió encogiéndose de hombros, no hacían sino expresar el malestar que el grupo sentía hacia el individuo en particular, y hacia buena parte de los habitantes en general. Tras hablar con Ashlyn habían entrado en la taberna, y habían tenido que sacar prácticamente a rastras a algunos hombres para reforzar las defensas de la plaza. Para su sorpresa, borracho en la barra, se encontraba Ismark Kolyana, hijo del anterior burgomaestre Kolyan Indirovich, incapaz de farfullar nada coherente. Un cubo de agua fría habías servido para despertarle, pero su embriaguez se había convertido en apatía, mientras le enseñaban la carta que les había traído a Barovia, escrita con una letra que él no reconocía como la de su padre, el cual era velado desde hacía 10 días en la mansión familiar por su hermana, Irina.

- Es cierto que esa joven puede encontrarse en peligro. Thendrick y Mathilda ya deberían haber regresado... si lo consideráis oportuno esperaremos esta noche, pero os ruego que en tal caso partamos mañana por la mañana -. Ashlyn no podía ocultar la preocupación en su tono pero su disciplina marcial controlaba sus ánimos, evitando que se lanzase en una carrera hasta las barricadas, en dirección a la niebla y la iglesia. Como ella misma les había dicho, y luego había confirmado Ismark, la plaga parecía proceder de aquel lugar, donde, según palabras de Ismark, el sacerdote de Pelor local, un hombre llamado Danovich, se había recluido desde la muerte de su hijo Doru hacía dos semanas, asesinado por unos salteadores.

- Yo voto porque nos quedemos y descansemos esta noche. He gastado buena parte de mis conjuros, al igual que el clérigo, y de día seguro que los no-muertos no son tan peligrosos, o al menos abundantes.- Velkar expuso su opinión directamente, como parecía ser su costumbre. El mediano salía en ese instante de la taberna, y se unió al grupo. Era evidente en su rostro una sensación de malestar ante los recientes descubrimientos: Kolyan Indirovich, la persona que supuestamente había escrito la misiva que les había llevado allí, había fallecido varios días atrás, y su hijo, que había asumido el mando del pueblo, les había asegurado que dicha carta no había sido escrita por él, pues la letra no se correspondía. Atrapados en un lugar donde la muerte rondaba por las calles, no obstante, esperaba una actitud algo más arriesgada por parte del mediano, quizás más acorde a su raza.

- ¿Habéis hecho ya uso de vuestras habilidades arcanas y divinas? – inquirió Bren, mientras se concentraba en ambos lanzadores de conjuros.

- Yo aún dispongo de parte de los favores de Pelor, pero mis habilidades para canalizar sus energías contra los muertos vivientes están bastante debilitadas. No obstante, un descanso me recuperaría por completo, tal y como señala maese Velkar – Domingo expuso la situación sin apenas inflexión en su tono, aparentemente dispuesto a actuar de acuerdo a las indicaciones del paladín.

- ¿Y vos, Velkar? ¿Habéis agotado vuestros recursos?

- Bueno... – el mediano titubeo, aparentemente indeciso -, aún dispongo de magia, pero si descansase estaría en mejores condiciones.

- Como todos nosotros, entiendo – apostilló Bren. – Deberemos confiar en el juicio de Ismark, si es que aún conserva tal cosa – comentó mientras posaba su mirada en Ashlyn.- Iremos a la iglesia. Es posible que nuestros compañeros Heraldos aún estén con vida, pero un retraso tan grande eliminaría cualquier opción.

- Perfecto, entonces iré con vosotros. – la mujer parecía exultante, al haber logrado el apoyo de su compañero de armas. Julianus miró a su alrededor, a los lugareños que titubeaban a cada paso, así como al interior de la taberna, desde cuyas ventanas varias miradas curiosas observaban al grupo. Con un par de golpes secos terminó de asegurar el madero, y se acercó a sus compañeros.

- Permitidme que interrumpa, pero no creo que sea conveniente que nos marchemos de la plaza – señaló a su alrededor.- Los aldeanos parecen inquietos por el devenir de los acontecimientos, y no sé hasta que punto su valor les permitirá hacer frente a otra posible incursión de zombis, mucho menos presentarles batalla de manera organizada.

- Ya he pensado en ello, es cierto – intervino Bren. – Sería necesario que alguien se quedase con ellos, alguien que sea mínimamente capaz de organizarles y defender la zona.

- Yo me ofrezco, soy el burgomaestre y me harán caso – Ismark habló, y a juzgar por Julianus no lo guiaba el miedo, sino genuina preocupación, quizás surgida tras la arenga de sus compañeros. Era cierto que el joven era respetado por los suyos, de hecho había convencido al dueño de la tienda de suministros para que les diese el material necesario para las reparaciones, a pesar de sus negativas iniciales. El monje tomó nota mental del detalle mientras atendía a Domingo.

- Lo idóneo sería que se quedase uno de vosotros – dijo, señalando a los paladines.- Necesitarán un corazón valeroso y una espada fuerte, y no creo que haya otros candidatos.

- Es posible, pero si nos dirigimos al origen de este mal, necesitaremos toda la fuerza que podamos reunir – indicó Velkar.

- Y si os vais a la iglesia, son mis hermanos de armas los que pueden estar allí, necesitando ayuda. Es mi deber marchar con vosotros – resolvió Ashlyn.

Unas ligeras pisadas acercándose al grupo hicieron girarse a Julianus.

- Vaya gente la de la taberna, están bajo el asedio de hordas de zombis y es como si la sangre no corriese por sus venas – dijo Marienne, mientras se unía al pequeño círculo que habían formado. - ¿De qué estabais hablando?

...

Con Ashlyn y Bren en vanguardia, le correspondía a Julianus vigilar la retaguardia, protegiendo a Velkar y Domingo. Las calles por las que avanzaban resultaban tan siniestras como las que habían recorrido dirigiéndose hacia la plaza, y la niebla no había perdido en lo más mínimo su intensidad. La tensión podía palparse en el ambiente, pues sabían que podían estar metiéndose en la boca del lobo, pero eso no frenaba lo más mínimo el paso de los dos guerreros que encabezaban la marcha. Sólo de vez en cuando parecían ambos frenar el avance, mientras parecían sumirse en un rápido trance, para comprobar la presencia de criaturas malignas en la zona en la que se adentraban.

La calle principal por la que avanzaban dio paso a una intersección, en el centro de la cual pudieron observar los restos a medio devorar de un caballo.

- Alto.- los dos paladines hablaron casi al unísono. – Ahí delante.

La niebla se disolvió por un momento, y tres amenazadores figuras surgieron del otro lado de la intersección. Sus pesados andares, y el estremecedor gemido que surgió de sus gargantas los identificó como zombis, al parecer los causantes de los destrozos en el caballo.

Durante un instante, el tiempo pareció detenerse mientras los zombis daban un par de pasos, y en ese instante, tras un gesto a Domingo, Bren se lanzó hacia delante, saltando y cayendo sobre un zombi mientras su espada trazaba un arco de muerte que cercenó un brazo a la criatura. Ashlyn le siguió con un grito feroz, mientras Velkar se adelantaba y generaba una explosión de fuego que prendía a dos de las criaturas. Julianus, aprovechando el titubeo de las criaturas, se lanzó sobre ellas para rodearlas, saltando por encima de los restos del animal muerto, y lanzando una serie de rápidos puñetazos mientras aterrizaba al otro lado. Sus puños impactaron en la carne muerta, pero la criatura pareció no sentir el menor dolor, como le había ocurrido anteriormente al enfrentarse a esos seres. Tendría que emplearse más a fondo.

En ese instante dos puertas cercanas de lo que parecían ser casas abandonadas se abrieron, y de ellas asomaron unas delgadas criaturas, de piel macilenta, con afiladas garras y terribles colmillos. Los seres emitieron una cruel carcajada mientras se unían a la refriega, y justo cuando Domingo, que había avanzado su posición para quedarse junto a sus compañeros, comenzaba a lanzar un grito de advertencia, un nauseabundo olor a podredumbre invadió las fosas nasales de Julianus, haciéndole sentir unas terribles arcadas.

- ¡Cuidado, son necrarios! – las palabras de Domingo, cuyo cuerpo se tensaba primero para luego arquearse al ser afectado por aquella pestilencia, se perdían en sus oídos mientras la primera de las criaturas se acercaba a golpearle. Julianus adoptó una postura defensiva, y comprobando cómo sus compañeros aún forcejeaban con dos de los zombis, decidió lanzar un puñetazo a otra de aquellas criaturas, para así atraer su atención sobre él. Dos de los seres se le abalanzaron encima, y comenzaron a lanzar sobre él una lluvia de garras, pero con rápidos y precisos movimientos de sus brazos logró bloquear los golpes que caían sobre él. Mientras, por el rabillo del ojo, pudo comprobar cómo Bren había dado cuenta de otro zombi con ayuda de un mareado Domingo, mientras que Ashlyn, ayudada por los orbes ácidos que Velkar arrojaba desde la retaguardia, había eliminado al tercero. En ese instante, un grito de aviso salió de la garganta de Velkar, pero Julianus no pudo escucharlo con claridad, pues en aquel momento una de las garras se estrelló contra la pared contra la cual poco a poco se había visto arrinconado, haciendo saltar varias esquirlas en todas direcciones.

El golpe dejó desequilibrada a la criatura, lo cual aprovechó Julianus para lanzar un golpe sobre su indefenso pecho, pero sin atreverse a aplicar toda su fuerza por temor a quedarse desprotegido el impacto apenas llegó a inquietar al ser. Correteando hacia el mediano, Julianus pudo ver la razón de su aviso, pues un par de devoradores de cadáveres, aquellas criaturas similares a ratas con las que ya habían combatido, se lanzaban contra él. Aprovechando que su oponente ya estaba derribado, Ashlyn se interpuso en su camino, bloqueando su avance y acabando de un tajo con una de ellas. La segunda lanzó una profunda dentellada que encontró hueco entre las placas de la armadura de la mujer, y esta dejó escapar un quejido.

Mientras, Bren, de dos poderosos mandobles, derribó al primero de los necrarios, y avanzó para ayudar a Julianus. Éste, sin embargo, se distrajo un instante, y una de las criaturas logró superar su defensa, clavando sus garras con fuerza en su hombro. Un escalofrío recorrió su cuerpo, mientras recordaba las propiedades paralizantes del toque de aquellos seres, pero con una explosión de energía interna logró eliminar el agarrotamiento que empezaba a extenderse por su brazo, y con un salvaje grito lanzó un puñetazo directo al cráneo del ser. Un terrible crujido se escuchó cuando su cráneo se rompió, y el monstruo cayó inerte al suelo. Una nueva nube llamas impactó en el muerto viviente restante, que intentó huir, pero, aturdido por el fuego, no pudo evitar el golpe de Bren, que separó de un solo impacto la cabeza de la criatura. Un rápido vistazo le mostró a Julianus que Ashlyn había dado buena cuenta de la rata restante.

- ¿Te encuentras bien? – inquirió Bren.

- Sí, sólo necesito recuperar el aliento. Y quizás algo de curación.- respondió Julianus.

Domingo estaba entonando una salmodia curativa que se aplicó a sí mismo, para luego atenderle a él. Mientras notaba como oleadas de energía positiva renovaban su vigor, pudo observar en sus compañeros una mezcla peculiar de emociones: la preocupación por la situación en la que se encontraba el pueblo y los frecuentes enfrentamientos que habían tenido se combinaban con una cierta satisfacción por no haber cedido ni un solo palmo y haber derrotado a todas las criaturas con las que se habían encontrado. No obstante, todos parecían conscientes de que aún tenían por delante una dura tarea, pues sabían que se aproximaban al foco del mal que asolaba el pueblo: la iglesia.

lunes, 26 de enero de 2009

Crisis de fe (parte 1)



En las salvajes tierras fronterizas del Imperio, ya próximas a los Reinos Libres, abundaban los bosques oscuros de árboles enormes como aquel por el que el singular grupo transitaba, pero en pocos tenía el mal una presencia tan palpable. La comitiva había dejado sus caballos cerca del camino, y se había internado siguiendo una abandonada senda en el bosque, hasta aproximarse a lo que parecía ser un templo abandonado.

El robusto enano que encabezaba la marcha no podía más que lamentar el ruido que sus acompañantes hacían embutidos en sus pesadas armaduras metálicas, mientras que el flexible cuero que le protegía a él no emitía ni el más ligero crujido.

- Estamos cerca – dijo con un susurro -, pero con el ruido que hacéis perderemos cualquier opción de sorprenderles; podríais levantar a un muerto de tanto rechinar de vuestras armaduras.

- Maese enano, esas palabras no son las más adecuadas teniendo en cuenta la naturaleza de nuestra misión – le respondió uno de los humanos, de pelo algo canoso.

- Sí, pero probablemente sean las más ciertas – apostilló la mujer que le seguía, ataviada con una túnica de coloridos ropajes.

- Maestro – preguntó otro de los humanos, dirigiéndose al de mayor edad -, ¿disponéis de algún remedio mágico que oculte nuestro avance?

- La gracia de Pelor me ha sido concedida, y creo que sí podré encontrar una solución – el hombre enarboló un símbolo sagrado y murmuró una rápida plegaria ante la mirada desconfiada del hombre que cerraba la marcha, un bárbaro de las llanuras centrales, poco acostumbrado a los prodigios que tan comunes les parecían a los civilizados.

Una vez hubo terminado, el hombre mayor procedió a dar un fuerte pisotón, el cual levantó polvo del suelo, pero ni un solo ruido. Con gestos indicó al enano que continuase hacia el templo, y éste, sonriente, hizo un gesto de aprobación y reemprendió la marcha, usando la abundante maleza existente para ocultar su avance.

Mientras se aproximaban al lugar, maestro y aprendiz se intercambiaron una mirada de preocupación. Como miembros de los Heraldos de la Luz, ambos habían llegado a la aldea de Pico Coronado tras una petición de ayuda desesperada de sus habitantes, que habían visto cómo varios de sus hijos habían sido secuestrados. Tras un par de noches vigilando, habían logrado sorprender a la criatura responsable de los ataques, una Fata oscura, que intentaba secuestrar a una nueva víctima. Lograron ahuyentarla, pero perdieron su rastro. Sabedores de los poderes mágicos de la criatura, capaces de convocar a criaturas no-muertas y crear poderosas ilusiones, contrataron la ayuda de tres aventureros que deambulaban por la zona en busca de fortuna, un enano pícaro, un humano bárbaro y su pareja, una humana hechicera, y habían seguido su rastro hasta el lugar. El rastreo había sido rápido, pero seguramente la Fata se habría protegido contra intrusos, y temían asimismo por el destino de los jóvenes secuestrados.

El enano se acercó con cuidado a una de las escaleras de amplios peldaños que daba acceso al templo, e intentó avistar algo en la oscuridad del interior, pero sus sentidos se mostraron incapaces de detectar nada. Su instinto le indicaba que una entrada tan obvia debía estar protegida, así que procedió a guiar al grupo rodeando el templo. Una segunda entrada daba a un pequeño patio, en el que un estanque de aguas ennegrecidas servía de cobijo a algunas ranas. Otra escalerilla conectaba con el interior del edificio, pero también levantaba las sospechas del enano. En ese lateral, unas estrechas ventanas llevaban algo de luz al interior, pero al igual que antes le resultó imposible detectar nada. El aprendiz avanzó cuidadosamente hasta una de las aberturas, y se concentró por un instante, dejando que el poder de su dios le recorriese y le advirtiera de la presencia de mal en el lugar. De inmediato, dos focos de energía maligna se hicieron presentes en su mente, situados en una habitación cercana. Era focos débiles, no pertenecientes a la Fata, pero confirmaban sus sospechas de que la criatura no estaba sola.

El bárbaro comenzaba a impacientarse, pues sus instintos le impulsaban a entrar ya en combate, cuando la joven hechicera señaló hacia el tejado, a 25 pies de altura. Maestro y aprendiz reflexionaron un momento, y aceptaron la propuesta. El bárbaro cogió una cuerda con garfio, silenciada con tela por el enano, y la arrojó con fuerza, logrando que se quedase enganchada a la primera. El enano encabezó el ascenso, y una vez aseguró el cabo hizo una señal para que subiesen los demás, mientras se dedicaba a revisar el tejado, y comprendió el plan de los Heraldos. El templo abandonado, que parecía originalmente dedicado a una deidad de la naturaleza, debía haber tenido en sus orígenes una vidriera o similar en su zona superior, pero ésta parecía haber cedido, y un agujero de 20 pies ocupaba ahora la zona central del techo. Con cuidado bordeó el orificio, manteniéndose lo más pegado posible al suelo para no ser detectado, y observó el interior. Sin embargo, al igual que en las anteriores ocasiones, la oscuridad parecía no ocultar nada.

Sus compañeros se le unieron, y se asomaron con cuidado, y, al pronto, la hechicera se agachó y se quedó mirando algo sorprendida a sus compañeros, haciéndoles gestos para que se ocultaran, lejos del agujero. Algo extrañados, todos procedieron a apartarse, y la mujer comenzó a hablar, aún inaudible por el conjuro. Con un gesto, el maestro disipó el conjuro, y la mujer les susurró:

- ¿Qué hacíais? ¡Un poco más y os descubre!

- ¿De qué hablas? – inquirió el bárbaro.

- La fata está ahí abajo, oculta en una esquina, ¿no la habéis visto?... Debe ocultarla algún tipo de magia.

- Es posible – reflexionó el maestro – que haya usado sus aptitudes ilusorias para ocultarse... Sin embargo, ahora que sabemos de su existencia, debería resultarnos más sencillo ver a través de sus engaños.

El grupo volvió a asomarse, y en esta ocasión todos vieron a la criatura. De piel negra y pelo enmarañado, sus rasgos similares a los de una elfa se veían rotos por unos ojos que brillaban con un fuego infernal. Agazapada en una esquina, esperaba a que alguien subiese por las escaleras de la primera planta, mientras de reojo miraba a otra habitación, donde se encontraban, atados y amordazados, cinco niños.

Sin dudarlo un instante, el aprendiz y el bárbaro descendieron de un salto a la sala. La fata no tuvo tiempo de prepararse contra su ataque, pues de las manos de la hechicera surgió un rayo de fuego que le golpeó de lleno, prendiendo las ropas que llevaba, a la vez que un virote lanzado por el enano se clavaba en su abdomen. El maestro aprovechó para descender por una cuerda, y sus pies tocaban el suelo cuando los dos guerreros se lanzaron al unísono con un grito de combate, impactando de manera demoledora en la desprevenida criatura. La fata, acorralada contra una pared, arremetió contra el bárbaro con sus garras, clavándolas con fuerza en uno de sus costados, pero el fuego que aún le prendía le hizo arquearse del dolor, soltando su presa. El enano bajó rápidamente por la cuerda, preparándose para defender la escalera de las criaturas cuyos pasos hacían crujir sus escalones de madera, abajo en el rellano. Invocando a sus poderes divinos, el maestro se acercó con desprecio a la criatura, mientras preparaba un nuevo conjuro. La criatura, que por fin se había logrado sacudir el fuego, buscaba un respiro cuando una luz brillante, canalizado por el maestro, la golpeó brutalmente, derribándola y dejándola agotada. El enano disparó su ballesta contra la primera de las siluetas que asomaba por las escaleras, derribándola al instante, cuando un grito se oyó desde el tejado:

- ¡Los niños! ¡Han desaparecido!

Maestro y aprendiz se volvieron para comprobar que, efectivamente, las figuras de los cautivos parecían haberse desvanecido, y al volverse la fata comenzó a reír descontroladamente.

- ¿Dónde están? ¿Dónde los has escondido? – bramó el maestro, mientras ordenaba con la mano al bárbaro que ayudase al enano.

- ¡Nunca te lo diré! ¡Jamás me arrancarás una palabra! – desafió la criatura.

- El poder del bien doblegará tu voluntad, criatura – aseguró con voz firme el maestro. Con un gesto, cogió de entre los pliegues de su capa una pequeña arandela metálica, que arrojo sobre la fata. La arandela flotó por un instante, y se convirtió en un círculo de luz que rodeó por completo al ser, el cual empezó a chillar de sufrimiento...

domingo, 18 de enero de 2009

La plaga (parte 2)


En opinión de Velkar, un millar de murciélagos sedientos de sangre (una estimación, el número exacto no era seguro), seis zombis y dos devoradores de cadáveres en una sola noche suponían una preocupante presencia de lo sobrenatural en la región. Siguiendo esa progresión, dado que en apenas dos horas de oscuridad habían tenido que hacer frente a esa cantidad de adversarios, y teniendo en cuenta que aún debían quedar unas doce horas antes de que amaneciese, calculaba que a partir de la media noche estarían en graves problemas, pues el clérigo habría agotado sus reservas de energía divina, el monje habría sido gravemente dañado y el paladín habría caído abatido, sin posibilidad de curarse; y por tanto, pudiera ser que no llegasen a ver el alba. El hecho de que pudieran existir variables aún por determinar, como la presencia de otras criaturas más peligrosas, el agotamiento acelerado de alguno de sus compañeros, o la simple fortuna que decidiese favorecer a las criaturas a las que se enfrentaban, no hacía sino complicar la situación, al menos desde su sencillo punto de vista.

- Comprobaré si hay alguien dentro, pero estate preparado, ¿me has oído, Velkar? – El monje mendicante esperaba delante de la puerta de la casa de la que parecían proceder los llantos de un bebé, ahora silenciados.

- Sí, por supuesto – Velkar se retiró, manteniendo la distancia exacta para poder afectar, en caso de ser atacados, a cualquier criatura con sus aptitudes mágicas. No podía sino estar agradecido de haber desarrollado esas capacidades que le permitían usar energías místicas como el fuego y el ácido sin recurrir a sus conjuros arcanos, simplemente manteniendo memorizados los patrones mágicos de dichos conjuros para alimentar sus poderes (si bien para él seguía siendo un misterio cómo una sustancia como el ácido podía formar parte de la metafísica planar de la realidad, pues se trataba de un compuesto de carácter completamente distinto al del fuego o la electricidad, de acuerdo como había sido postulado en “Principios de la magia” por...)

- Venimos a ayudarles, no tienen nada que temer – el tono de voz más elevado del monje indicaba que efectivamente había alguien al otro lado con quien estaba efectivamente hablando.

- ¿Quiénes son? ¡Márchense, todo está plagado de zombis! – gritó una voz desde el otro lado.

Las siguientes frases no eran más que un intento bastante fútil por parte de su compañero de convencer a los moradores de que abriesen la puerta. Velkar sabía que los humanos tendían a ser asustadizos, por ello no albergaba muchas esperanzas, así que centró su atención en la calle por la cual avanzaban sus otros tres compañeros, al parecer tras una infructuosa exploración de uno de los callejones laterales, de donde habían surgido criaturas no muertas.

Nada más llegar, la exploradora miró hacia el fondo de la calle en la que se habían parado.

- Oigo ruidos de lucha al fondo, muy atenuados – comentó mientras miraba a sus compañeros. A la vista de los agudos sentidos de la humana, y considerando el silencio imperante en el pueblo, Velkar estimó que la distancia hasta el origen de la lucha podía ser de un par de centenas de pies, quizás más.

- Vayamos a investigar. Vosotros dos intentad convencer a los lugareños, a ver si os pueden decir algo de lo que ocurre aquí – el paladín, de forma impulsiva, se encaminó hacia el origen de los ruidos, seguido por el sacerdote y la exploradora.

- Conforme – susurró Velkar. El monje siguió hablando a través de la puerta, y aparentemente sus esfuerzos tuvieron éxito, pues el ruido de varios objetos pesados siendo desplazados y una sólida cerradura retirando su bulón siguieron a sus palabras. La puerta se abrió, y unos atemorizados aldeanos asomaron por la puerta.

- ¡Por favor, ayudadnos!¡Los zombis están atacando a todo el mundo, y no hay ningún lugar seguro! ¡Queríamos ir a la plaza del pueblo, pero tuvimos que escondernos aquí!

- No se preocupen – las palabras de su compañero parecían tranquilizar a portavoz de los miedosos humanos. – Mis compañeros están asegurando el lugar. Si desean acompañarnos, les escoltaremos hasta la plaza y...

Un gemido horrendo se escuchó procedente de la calle, más adelante, en la niebla, seguido del rugido de batalla del paladín y un grito de advertencia de la exploradora.

- ¡Cierren la puerta, volveremos a por ustedes! – El monje exhortó a los aldeanos mientras emprendía una rápida carrera hacia el lugar del combate. Velkar volvió a observar curioso, a lomos de su montura, su facilidad para mantener la velocidad del perro, lo cual les permitió atravesar rápidamente la distancia que les separaba de sus compañeros.

Nada más llegar, una rápida evaluación le indicó que estaban en problemas: el sacerdote se encontraba paralizado, y a su alrededor revoloteaban dos sinistras criaturas, poco más que una cabeza demoníaca con alas membranosas, que reconoció como vargouilles, criaturas de los planos infernales capaces de inmovilizar a sus víctimas con un gemido para luego infectarlas con una maldición demoníaca que separaba su cabeza del cuerpo en un horrendo proceso que acababa generando una nueva vargouille. Uno de los seres se acercó al indefenso sacerdote, y le rozó con los labios, infectándoles. El paladín intentaba hacerles frente, pero sus ataques resultaron fallidos, al igual que los intentos de la exploradora de eliminar a una desagradable criatura gusanoide, que sus conocimientos arcanos identificaron como una cresa terrible.

Decidido a no dar opción a tales criaturas, y recurrió en esta ocasión a sus conjuros memorizados, para liberar un rayo de fuego abrasador que derribó inmediatamente a uno de los seres. El paladín abatió a otra de las criaturas voladoras, y el monje, con un par de rápidos puñetazos, exterminó al gusano.

Velkar observaba curioso al sacerdote, víctima de la parálisis. Dicha situación era especialmente desagradable, según lo que él sabía, pues la criatura inmovilizada era completamente consciente de todo lo que ocurría a su alrededor, pero era completamente incapaz de responder a ningún estímulo. Él había practicado durante horas ejercicios que dificultaban que efectos de tipo mental pudieran afectarle de esa manera, pero eso no dejaba de inquietarle. Criaturas infernales suponían una peligrosa variable en su cálculo.

Un parpadeo en los ojos del humano le indicó que empezaba a recuperar el control de su cuerpo.

- ¿Te encuentras bien? – le preguntó.

- Sí, perfectamente – aunque no era especialmente avispado a la hora de detectar mentiras, el hecho de que el clérigo murmurase un conjuro con el cual eliminó la maldición de la que había sido víctima, le indicó que no había salido tan indemne como decía.

El mendicante se separó un momento del grupo para hablar con los lugareños, mientras que el resto del grupo se reunía para trazar un plan de acción, aunque la conclusión lógica era obvia desde el comienzo: dejar a los lugareños en su refugio seguro, y avanzar hasta la plaza, donde parecía que se habían refugiado la mayoría de los supervivientes; una vez allí, quizás podrían averiguar lo que ocurría en aquel lugar donde parecía que el mal proliferaba en sus más variadas formas. Al poco, efectivamente, el resto del grupo llegó a dicha conclusión, y con los lugareños encerrados en la casa y con la orden de no abrir hasta que ellos avisasen, prosiguieron el camino hacia la plaza.

El sonido de la lucha les hizo apretar el paso, lo cual no le parecía muy precavido, pero al llegar al lugar comprobó que la urgencia estaba justificada. La zona, donde confluían cuatro calles, se encontraba fortificada con empalizadas, pero tres de ellas habían sido derribadas, y una docena de zombis había entrado en el lugar. Un par de grandes edificios parecían ser el objetivo de las criaturas, junto con la única defensora que parecía resistir en el centro de la plaza, con una espada bastarda en sus manos. La mujer, de pelo rubio y corto, se encontraba rodeada media docena de aquellas criaturas, y su situación parecía realmente desesperada. A los ojos de Velkar, la mujer no resistiría más de unos segundos, en los cuales a ellos les resultaría imposible llegar adonde estaba.

Sin esa información en mente, el paladín cargó contra una de las criaturas, impactando con una furia tremenda que casi la derribó. El nuevo atacante pareció distraer la atención de los demás zombis, lo cual dio un poco de respiro a la joven. La exploradora avanzó siguiéndole, para apoyar su ataque. Sin embargo, en ese instante, uno de los zombis se acercó al guerrero, y levantando ambos brazos, descargó sobre él un brutal golpe que le impactó en los hombros. A la vez, la tierra bajo sus pies pareció abrirse, y engulló al luchador hasta hacerlo desaparecer de la vista.

- ¡Por la gracia de Pelor, tened cuidado, es un enterrador! – exclamó el sacerdote.

Velkar intentó calcular cuáles serían sus opciones con este nuevo enemigo haciéndoles frente, pero antes de que pudiera empezar dos zombis aparecidos de una de las esquinas de la plaza se abalanzaron sobre él, golpeándole con furia. Esquivó uno de los ataques, pero la segunda de las garras le dio de lleno en un costado. Jadeando por el golpe, se retiró rápidamente mientras el monje frenaba el avance de las criaturas. Sus pensamientos pasaban a toda velocidad, preocupado por la situación en la que estaban, pues parecía insostenible, y con un gesto se concentró en arrojar una pequeña esfera de ácido contra uno de sus atacantes, mientras se planteaba cual sería el mejor curso de acción a seguir.

Antes de que pudiera tomar una decisión, no obstante, el clérigo se adelantó y con una plegaria en sus labios volvió a usar sus poderes sacerdotales para destruir a las criaturas. Tres de ellas cayeron destruidas, momento que aprovechó el monje para lanzarse sobre una de las criaturas que acosaban a la guerrera de pelo rubio. Los golpes de la mujer mantenían a raya a las criaturas, pero éstas la superaban ampliamente en número, y la lluvia de golpes que caían sobre ella empezaba a hacerle mella. La exploradora avanzó para ayudarla, y Velkar usó de nuevo sus aptitudes mágicas para crear una explosión de fuego que dañó a un par de zombis y mató a un tercero. El enterrador, como lo había llamado el clérigo, avanzó hacia sus compañeros, dispuesto a golpear a uno de ellos, cuando el sacerdote avanzó con paso firme, y de nuevo invocó los poderes de su dios. El enterrador se detuvo en seco, lanzó una mirada al símbolo sagrado que blandía el sacerdote, y salió corriendo. El pavor cundió entre varios zombis, que empezaron a alejarse con sus lentos andares de la zona de influencia del sacerdote. Esto cambiaba por completo la situación, decantándola claramente a su favor. Una ráfaga de golpes del monje derribó a otro zombi, y los tajos lanzados por la luchadora acabaron con los dos restantes, ayudada por una nueva esfera de ácido lanzada por él. El enterrador se perdió en la niebla, incapaz de hacer frente al poder invocado por el sacerdote. Casi a la vez, un puño enguantado en metal se abrió camino desde la tierra, y el paladín salió a la superficie, jadeando mientras buscaba aire. Lanzó una mirada a su alrededor, y dirigiéndose a la guerrera, habló:

- Lady Ashlyn, supongo.

Mientras recuperaban fuerzas y curaban sus heridas, Velkar volvió a estudiar sus posibilidades. El sacerdote estaba cansado, y había gastado buena parte de sus recursos curativos. El paladín, para su sorpresa, apenas estaba dañado, al igual que el monje, y la exploradora no había sido atacada en esta escaramuza. Calculó mentalmente, y llegó a una conclusión bastante simple: aún faltaban nueve largas horas para que amaneciese, la noche era joven.

domingo, 11 de enero de 2009

La plaga (parte 1)


Cuando Pelor, en su infinita sabiduría como dios creador de las cosas, defensor de los necesitados y adversario de todo lo que es maligno, había decidido guiar sus pasos hasta aquella posada para que emprendiese una nueva cruzada, Domingo estaba seguro de que no había tenido en cuenta la obtusa mente del posadero. Informaciones poco concisas sobre dos grupos de aventureros que anteriormente habían pasado por allí; frases inconexas relativas al mal fario de aquellas tierras; rumores sobre los vistanis, un clan de humanos que al parecer eran los únicos que tenían contacto con el exterior; y el abandono de un niño recién nacido en la posada por parte de uno de esos vistani, tiempo atrás; todo esta información sobre el condado de Barovia la habían tenido que extraer paso a paso de la apabullada mente del posadero, al igual que se engarzan las cuentas de un rosario, siguiendo un fino hilo.

El sol empezaba a ocultarse ya, recordándole que habían realizado una vigorosa marcha durante todo el día; pero gracias a las fuerzas de su señor, que corrían por su cuerpo concediéndole aguante ante tales esfuerzos, y a la ayuda de un sencillo objeto mágico, estaban en disposición de llegar a su destino en breve.

La bruma, procedente de las montañas, les había acompañado desde la salida, al alba, y ahora se hacía más espesa. La joven exploradora, llamada Marienne, encabezaba la comitiva con la pequeña mula que le servía de montura, seguida por el paladín Bren Bresal. Tanto Bren como él portaban pesadas armaduras, lo cual ralentizaba el viaje aun al ritmo forzado al que ambos marchaban. El monje, Julianus, caminaba a un ritmo pausado en la retaguardia, cubierto por una simple túnica y sin ningún otro objeto o equipo visible, ni siquiera comida. Domingo se paró a ajustarse las correas de su mochila, la cual estaba bendecida con la capacidad mágica de abrirse a un espacio extradimensional que le permitía almacenar todo su equipo de viaje sin que este le estorbase (y éste no era escaso), y fue sobrepasado por Velkar, el mago mediano, montado sobre un perro conjurado con sus poderes místicos esa misma mañana.

Las últimas caricias de Pelor abandonaban el mundo de los mortales cuando llegaron a las puertas de Barovia. Aunque su utilidad era más decorativa que defensiva, para marcar en el camino la entrada en un nuevo dominio, la imagen le resultó impactante: dos gigantescas estatuas adornaban los laterales de la verja, con sus cabezas cortadas y caídas al suelo, cerca de la base de las columnas en las que reposaban. La inspección del lugar no reveló nada, pero una sensación opresiva inundaba el ambiente mientras se adentraban en la región, algo que Domingo había sentido anteriormente y que hacían aún más fuerte su terrible sospecha de que moraba en aquel lugar un terrible mal que debía ser purgado. Pelor le había dado compañeros para ayudarle en su misión, y no podía defraudar a su dios.

El camino de tierra que seguían recorría la región de este a oeste, ondulando por las estribaciones de las montañas, y el barro formado en él dificultaba el avance, que se hacía aún más penoso a la luz de las linternas que portaban. Al alcanzar una pequeña elevación, la niebla se aclaró, y la luz de la luna les obsequió con una vista general del mismo: desde las montañas, más al noroeste, un río descendía y surcaba el pequeño valle, vertiendo sus aguas en un lago situado en el centro del mismo, para luego continuar hacia el sureste, donde formaba una oscura marisma. El pueblo de Barovia se encontraba antes de llegar al río, rodeado de bosques y a los pies de un elevado pico sobre el que se alzaba, imponente, el castillo Ravenloft. La visión de sus agujas, rompiendo el cielo, hizo que un pequeño escalofrío recorriese la espalda de Domingo, que sintió la presencia de un mal casi palpable en el ambiente.

- ¡Mirad eso! – exclamó Marienne, mientras señalaba fijamente la torre central del castillo.

Una enorme mancha negra parecía derramarse por la zona superior de la misma, remontando el vuelo a la vez que se dispersaba y agrupaba. La gigantesca bandada de murciélagos, compuesta por miles de aquellas criaturas, realizó un par de círculos en torno a la torre, mientras más y más salían, hasta finalmente alejarse volando hacia los bosques cercanos.

- Esto me da mala espina – susurró Velkar.

Domingo desconfiaba de aquellas criaturas que rehuían por naturaleza del contacto de Pelor, pues su experiencia le decía que solían servir a los poderes de la oscuridad, pero no pudo más que encogerse de hombros y reemprender la marcha, al igual que el resto del grupo.

El camino los internó de nuevo en el bosque, lóbrego y denso, donde la niebla parecía emanar de los propios árboles, como vaho exhalado de sus rugosas cortezas. De repente, Marienne detuvo la marcha, y Julianus comenzó a mirar a su alrededor.

- Creo que... – comenzó a murmurar la joven, pero no tuvo tiempo de terminar la frase, pues en aquel instante un griterío agudo, chillidos que penetraban sus tímpanos, llegó de repente a los oídos de toda la comitiva, ahogando sus palabras.

Centenares de murciélagos se abalanzaron sobre el grupo en una cacofonía ensordecedora. La oscuridad se hizo en torno a Domingo, tal era la cantidad de criaturas que revoloteaban a su alrededor. Con esfuerzo, recibiendo mordiscos de los pequeños colmillos voladores que le rodeaban, se acercó hasta Bren, para intentar agruparse, mientras intentaba recordar sus escasos conocimientos sobre dichos seres. Un fogonazo de fuego brilló cerca de él, y varias criaturas cayeron calcinadas al suelo. Bren se abrió camino mientras rebuscaba en su mochila, y Marienne esgrimía inútilmente su estoque, intentando apartar a las criaturas que se cebaban en su mula. La nube le impedía ver a Julianus y a Velkar cuando un segundo fogonazo y un frasco que impactó contra el suelo, liberando una explosión de llamas, sacudieron a la bandada de murciélagos. Muchas de las criaturas se prendieron en llamas, y el resto, aun siendo un número tremendo, se desbandaron, perdiéndose en el bosque.

Domingo se acercó a sus compañeros, y compartió los favores de Pelor con los más heridos. Mientras sus compañeros hablaban preocupados de lo ocurrido, para él la recepción que acababan de tener a su llegada le impulsaba con más ímpetu a seguir adelante, pues le indicaba hasta qué punto la maldad se había apoderado de aquellas tierras.

Recuperados en parte, reanudaron el camino, atentos a cualquier otra amenaza que pudiera sorprenderles. Finalmente, salieron del bosque, y al poco el camino embarrado dio paso a suelo empedrado. Siluetas de edificios se dibujaban en la niebla, mientras pasaban al lado de un letrero de madera donde se podía leer “Bienvenidos a Barovia”. Un silencio sepulcral, tan sólo roto por algunos sonidos apagados, como de gemidos distantes, les recibió al entrar al pueblo. Tanto las puertas como las ventanas de las casas estaban tapiadas, y una sensación de desasosiego empezó a apoderarse de Domingo, al entrar en un lugar que parecía carente de toda vida. La niebla dificultaba la visión, y un hedor que parecía impregnarla le revolvía el estómago, como si la blasfemia estuviese presente en el propio aire.

La calle por la que avanzaban llevaba hasta una intersección, en la que un carro de heno bloqueaba parcialmente una de las vías, cuando Bren, que encabezaba la marcha, se detuvo.

- Cuidado – advirtió con voz grave.

Todos se detuvieron, y en ese instante, de detrás del carro surgieron dos figuras tambaleantes que, con andares pesados, se dirigieron hacia el grupo. Otra figura entró por una de las calles de la intersección, con el rostro ensangrentado, la ropa rota y las manos como garras. Domingo aprestó sus armas mientras las criaturas giraban sus vacuos ojos hacia ellos, a la vez que un sonido gutural surgía de sus gargantas. No era la primera vez que se enfrentaba a zombis, criaturas más peligrosas por su número que por su habilidad.

- Zombis. Y mirad aquello – Bren señaló a unas pequeñas criaturas cuadrúpedas que se movían cautelosas cerca de los zombis.

- Devoradores de cadáveres. Ratas gordas, fauces grandes, y un desagradable gusto por la sangre que las vuelve locas – el tono de Velkar sonaba mitad académico mitad burlón, mientras se preparaba para el combate.

El paladín agarró con fuerza su arma, y con un grito de furia, arremetió contra el primero de los cadáveres andantes, impactándole con toda la fuerza que Heironeous daba a sus brazos. Julianus se aprestó a seguirle, cuando de un callejón lateral surgió un pequeño haz de luz que le impactó. El monje se detuvo momentáneamente, pero pareció salir ileso del ataque mágico.

Era su momento. Domingo avanzó con paso decidido, entregado a Pelor, hasta la entrada del callejón, donde una cadavérica criatura ataviada con un hábito bastante ajado abría una puerta en un vallado de madera, preparando su retirada. La inteligencia de la criatura así como su capacidad conjuradora la identificaban a los ojos de Domingo como un brujo de la muerte, lanzadores de conjuros arcanos que tras la muerte no habían sido capaces de encontrar paz para sus almas, y volvían a la vida con energías místicas aún recorriendo su cuerpo.

Domingo estaba dispuesto a darle esa paz que no encontraba. Como siempre, abrió su alma a las energías de Pelor, que le recorrieron el cuerpo confortándole con calidez en aquel lugar donde moraba la muerte, las canalizó a través del símbolo sagrado que desde pequeño había lucido con orgullo, y las dejó salir con un grito que era para él un credo:

- ¡Por el poder de Pelor!

Bendecido con la capacidad no sólo de expulsar, sino de destruir a aquellas blasfemas criaturas, las fuerzas sagradas impactaron al brujo, así como a dos de los zombis, que cayeron fulminados.
Domingo empezó a reunir fuerzas mientras sus compañeros actuaban, con Marienne lanzándose junto a Bren y Velkar arrojando un peculiar ataque ácido sobre uno de los devoradores. Bren descargó un nuevo golpe sobre una de las criaturas y se desplazó para lanzar un segundo mandoble a otra de ellas, cuando más zombis irrumpieron desde el cercado y rompiendo las puertas de uno de los edificios cercanos. Julianus le bloqueó el paso a las criaturas que avanzaban por el callejón, frenándolas con un fuerte golpe, lo cual le dio el tiempo necesario a Domingo para concentrarse en Pelor.

De nuevo aquel trance sacro se apoderó de su cuerpo, mientras volvía a canalizar el favor de Pelor para destruir a las criaturas que atacaban por el callejón. Una, dos, tres y hasta cuatro criaturas cayeron ante la nueva muestra de la gracia de su dios, eliminadas para siempre las energías impías que animaban sus cuerpos. Marienne acuchilló una de las criaturas no-muertas, mientras que, con un estallido de fuego, Velkar abrasó a las ratas carroñeras. Bren, con dos demoledores golpes, derribó a la última criatura no muerta que se le enfrentaba, y Julianus, por su parte, eliminó a la última amenaza del callejón de una rápida sucesión de puñetazos.

Bren lucía varios cortes causados por los golpes de las criaturas, que Domingo se apresuró a curar mientras reflexionaba sobre la maldad a la que acababan de hacer frente. Sin duda había mucho trabajo que hacer en el lugar, mucha vileza que erradicar. Centrándose en el callejón, Bren y Domingo se aproximaron al vallado cuando, casi al unísono, Julianus y Marienne exclamaron:

- Oigo algo desde el fondo de la calle. Creo que es el llanto de un niño.

martes, 6 de enero de 2009

From Hell


Mientras observaba a sus compañeros de mesa devorar la comida, Julianus no podía mas que recordar lo ajena que para él le resultaba tal necesidad. Al calor que proporcionaba la chimenea de El Caballo Fatigado, la última posada antes de llegar al condado de Barovia, su mente divagaba con imágenes del momento en que abrazó el voto de pobreza que se había convertido en su credo, y todo lo que había supuesto para él.

No había sido su cuerpo, entrenado para la abstinencia y para hacer frente a las adversidades del húmedo clima de aquellas tierras norteñas, el que le había instado a solicitar cobijo en el lugar, sino el deseo de algo de compañía con quien charlar antes de proseguir su viaje, y ante todo la posibilidad de obtener alguna pista sobre el hombre al que buscaba. El posadero, gentilmente, le había ofrecido cena y cama gratuitas, pero por desgracia nada había podido decirle de su amigo, Jeref Maurgen. Bien pensado, Jeref era un experto cazador, y si su destino era los bosques de Svalich, quizás no había visto la necesidad de detenerse en la posada. Mala suerte, tendría que preguntar en el propio pueblo de Barovia.

- El pueblo de Barovia necesita héroes. Vosotros seréis tan buenos como cualquier otro.

La ronca voz, con un marcado acento, le sacó de su ensoñación a tiempo de ver caer una carta sellada sobre la mesa. La persona que la había arrojado, un hombre embozado de baja estatura, se dirigía hacia la puerta de la posada, listo para marcharse, cuando de la mesa se levantó uno de los viajeros, de físico robusto, abultada musculatura y barba descuidada, que retuvo al extraño poniendo una mano sobre su hombro.

- ¿Barovia? ¿Sois de allí? ¿Qué es esta carta?

- No, no soy de allí, pero mis viajes me llevan por esas tierras. La carta es del burgomaestre, es todo lo que sé. Me pagan para encontrar héroes, y eso he hecho.

Sin mediar palabra, el emisario se soltó lentamente y desapareció por la puerta. Los cinco se miraron mutuamente, esperando alguna aclaración. Julianus aprovechó para observar a sus compañeros de mesa, comprobando que destacaban entre los parroquianos.

El joven que se había levantado lucía en su armadura el puño sujetando un relámpago símbolo de Heironeous, así como el disco con medio sol y media luna que lo identificaba como un Heraldo de la Luz, orden dedicada al exterminio de los muertos vivientes por todo el Imperio. El significado de una tercera insignia, con un yunque, quedaba fuera de sus conocimientos. Su físico, así como su lenguaje corporal, indicaban que era un guerrero experimentado, posiblemente un paladín.

Junto a él, otro joven miraba con cuidado la carta, sin tocarla. El símbolo de Pelor el Radiante, un sol con el rostro de un hombre grabado, colgaba sobre su túnica. La expresión del joven denotaba serenidad, mientras observaba la reacción de los presentes, evaluando lo ocurrido. Su pose y gesto resultaban magnéticos, lo cual asoció a una vida como clérigo errante, difundiendo la palabra de su dios en tierras lejanas.

Del otro extremo de la mesa, un mediano de coloridos ropajes miraba curioso la carta. Con la agilidad propia de su raza, recogió delicadamente la carta, a la vez que murmuraba algo. Sus ojos se fijaron en el papel, intentando discernir el contenido de la misiva, aún sin abrir. La ropa, bajo la luz de las lámparas, dejaba ver varios pliegues que Julianus reconoció como disimulados bolsillos, usados por magos y hechiceros para guardar los componentes de sus conjuros.

La joven sentada a su lado parecía a punto de decir algo, pero permaneció callada. Con ropas de viajero y una capa bastante gastada, se había presentado, al unirse a la mesa, como guía de estas tierras remotas, lo cual confirmaba contando alguna que otra historia de sus viajes, pero parecía haber algo más oculto en ella, en la manera huidiza de mirar a su alrededor, o en la forma de observar al Heraldo de la Luz y al clérigo de Pelor. Siendo ambos representantes de la ley (o lo más parecido), un pasado delictivo parecía ser la explicación obvia a su oculto nerviosismo.

El mediano seguía jugueteando con la carta, que finalmente entregó al clérigo de Pelor. Éste la abrió rompiendo el sello y leyó su contenido.

La carta era un súplica de ayuda por parte del burgomaestre de Barovia, Kolyan Indirovich, donde solicitaba auxilio para encontrar una cura al mal que aquejaba a una mujer, Irina Kolyana, a cambio de riquezas.

- Es algo peculiar – comentó el mediano. – Conozco poco de estas tierras, pero no son especialmente ricas ni prósperas, al contrario de lo que dice la carta. Lo que sí sé es que de ese lugar, Barovia, se oyen leyendas sobre maldiciones y criaturas de la oscuridad que moran en sus entrañas. Es un valle aislado, y no tiene contacto con el exterior. Al menos hasta donde alcanza mi saber.

- Y la expresión “el amor de mi vida” usado para referirse a la joven es cuanto menos peculiar – añadió el clérigo. – Por lo que observo, ella parece ser la hija del autor de la carta, considerando la costumbre de apellidar a los hijos con el nombre del padre... la expresión usada parece algo fuera de lugar...

- Sin embargo, es una petición de auxilio que no se puede rechazar – interrumpió el paladín. - Asuntos de mi orden me llevan a ese lugar, por lo que aprovecharé para hablar con ese hombre.

- El camino a Barovia es poco transitado, y las montañas Balinok son traicioneras para los que no las conocen – apuntó la mujer. - No he viajado hasta allí, pero sé desenvolverme bien a cielo abierto. Por un precio, podría acompañarle y servirle de guía, caballero.

Julianus se detuvo un instante antes de pronunciarse. El rostro del paladín reflejaba decisión, algo propio en los de su condición, pero esta parecía ser algo mecánica, casi forzada... La mujer, para su sorpresa, se había ofrecido a acompañarle, lo cual le hizo replantearse el motivo de sus miradas, pues tanto el clérigo como el paladín tenían rostros que se podían considerar agraciados. Aunque precavido, mostrando una sabiduría y contención que no parecían acordes a sus pocos años, el clérigo parecía albergar el deseo de internarse en aquella región, ¿era quizás el fanatismo lo que iluminaba momentáneamente sus ojos? El mediano observaba al grupo, aparentemente expectante, pero con el deseo de aventuras que en ocasiones anidaba en los suyos patente en su expresión; definitivamente se trataba de un kithkin.

- Yo también tengo mis propios motivos para dirigirme hacia esas tierras, pero gustosamente compartiré el camino con quien desee acompañarme, y, si es conveniente, investigar el origen de tan peculiar misiva. Mi nombre es Julianus Oton, monje del templo de la Llama Firme. Encantado de conocerles.